Según cuenta Homero el asedio extramuros de la ciudadela, que por lo pronto amparaba y protegía bajo la ley a sus pacíficos conciudadanos y a la que se deseaba conquistar, ha durado mucho más de lo inicialmente calculado, incluso tras haber incentivado a los alucinados y adocenados o engañados conjurados, prestos al botín, con la glorificación de las excelencias que se podían obtener y las muchas bonanzas celestiales derivadas de la empecinada ocupación propuesta. Las batallas para ello se habían hecho interminables y hasta se habían producido deserciones, algunas relevantes; varios dirigentes desertaron de entre las filas de los que iniciaron la contienda bélica, de los que, sin embargo, aún anhelaban por imponer sus intereses, de los que quieren hacerse con el mando y el paradisíaco poder. Mientras que Troya resiste al espartano y melenudo caudillo Menelao, esposado con la feraz Helena.

Cuando Ulises, que detenta la destreza de los que le precedieron en otras pasadas conquistas y mucho más avispado que el ignorante rey de Esparta, propone un cambio de estrategia: si no es posible entrar derribando las murallas desde fuera, habrá que conseguir que la tarea la efectúen los mismos troyanos, que tan confiados se muestran. Y que sean estos incautos los que faciliten el acceso a los que bien pertrechados, y ya en el interior de la fortaleza, derribarán como primera medida al rey Príamo, que tan ecuánime e impasible se mantiene a pesar del peligro que supone para la convivencia la zapa de todos aquellos griegos y aqueos. A fin de cuentas, la sangre viene a ser la misma, igualmente oscura y espesa, la derramen los helenos o los asaltados y pusilánimes habitantes de Ilion, que todavía resiste, ennegrecida por los incendios, agrietada por las embestidas.

Y comienzan los preparativos. El colaborador, que se encuentra dentro, ya ha sido emasculado por serpientes gigantes y otros monstruos. Habrá que construir un gran caballo de madera, a modo de ídolo abandonado, capaz de albergar en su vientre hueco a las fuerzas asaltantes y que los ingenuos troyanos admitan.

* Doctor ingeniero agrónomo. Licenciado en Derecho