A las diez de la mañana despertaba la ciudad en el altozano. No se oían toses a pesar del fresco viento que venía del nordeste ni tampoco bostezos porque el mercado no estaba abierto. La fuente de la ladera, romana, estaba seca y sus aguas, que limpian a los peregrinos, no reflejaban los rayos de sol porque el estanque estaba reseco. Nos miramos todos como cuando nos contemplamos ante el espejo. Tratamos, jóvenes y viejos, de trasladar nuestros espíritus a los tiempos de Augusto y Tiberio. Cada uno de nosotros llevó en su memoria, encadenada a su pasado, su peregrinar en búsqueda de la salutífera agua tal como ahora espera de olivos el océano de Baena.
Éramos peregrinos, amigos de Córdoba y Museos, que salimos al encuentro de las itucitanas termas recientemente en Torreparedones descubiertas. Las gentes iban allí, al decir de Carlos Marques, para que aquellas aguas, medicinales, los mojasen como quien besa a un niño enfermo. La gran Terma invocaba a la Señora de la Salud y fue tal el prodigio que en Itucci Virtus Julia hubieron de construirle en tan reducido cerro hasta dos nuevas compañeras.
Nuestros destinos se cruzaron, los de los Amigos de los Museos y el de Marco Juno, cuyo nombre está sobre el pavimento del Foro, bajo una luminosidad que hizo crepitar por dentro nuestros renovados alientos.
Itucci Virtus Julia es vida más que milenaria, camino hacia anfiteatro todavía no descubierto, frontera de Izcar que nos ha dejado indelebles huellas. Allí, jóvenes profesoras y otros peregrinos, menos que viejos, vivimos la ocasión de otros deseos.
El mío fue que me viera mi padre desde el cielo hollar el Foro de Torreparedones que yo imaginativamente, desde mis once años, había creado tras leer una y otra vez su libro para niños, titulado Baena en la Historia. Caminamos entre olivos en tanto que los arqueólogos avanzan con cautela sin previamente saber a dónde se dirigen, tal como sucediera al que quiso plantar romero y descubrió indicios de las Termas de este pueblo ibero.
<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>
Córdoba
