El gobierno del presidente Sánchez lleva en Moncloa ocho meses y, sin embargo, está ya tan desgastado como si llevara ocho años. Un desgaste que tiene, en mi opinión, mucho que ver con tres problemas que no puede o no sabe resolver y que le van a abocar a unas elecciones en este año.

El primer problema del Gobierno del presidente Sánchez es que nació débil, porque fue fruto de un pacto anti-Rajoy, con los podemitas y los nacionalistas catalanes y vascos, socios poco fiables donde los haya, y por contar con solo 85 diputados sobre 350, además de minoría en la Mesa del Congreso y en Senado. A esto hay que sumar que no tiene ni siquiera una buena base territorial, pues hoy el PSOE no gobierna ni Andalucía, ni Cataluña, ni Madrid, ni las grandes ciudades (salvo Sevilla). El presidente tiene poco poder de maniobra, máxime si en las elecciones de mayo se sigue llevando sorpresas como la de Andalucía.

El segundo problema que tiene el Gobierno, con diferencia el más grave, es que no tiene un proyecto para la legislatura, no sabe qué hacer. En gran medida, porque el relato de la moción de censura fue desalojar a un gobierno manchado por la corrupción y convocar elecciones (algo que no hizo). Sin embargo, está pretendiendo gobernar a partir de trending-topics de fin de semana, como si toda la ciudadanía estuviera conectada a las redes, lo que le lleva a cometer muchos errores, con anuncios que luego desmiente. Errores como los que afectan al mercado de trabajo, pues las medidas que proponen son fruto de una fijación ideológica antigua, de dos supuestos falsos (que el Estatuto de los Trabajadores de 1981 es una buena ley y que el mercado laboral de 2025 necesitara volver al marco regulatorio de 2008) y de un pésimo análisis del paro español. Errores como los anuncios de transición energética. Errores como los del ministro Ábalos de mandar a las Comunidades Autónomas el tema del taxi y las VTC. Errores como la exhumación de Franco, que ha creado un problema donde no existía, pues los jóvenes se están posicionando sobre su figura (y no siempre en contra), con el peligro de convertirlo en un mito y transformando su tumba privada en un lugar de peregrinación, cuando en el Valle se controlaba por el Estado. Errores como la negociación con los independentistas, y no solo por la cantidad de cesiones simbólicas que se han hecho, empezando por aquel Consejo de Ministros en Barcelona de diciembre, sino por las tangibles que se están planteando a cambio de su voto a los presupuestos, empezando por las inversiones en infraestructuras. Por otra parte, la actitud presidencial de pensar que España es una república presidencialista, pues no sabe usar a la Casa Real, y gestionar el Gobierno como un grupo de ejecutivos le está pasando factura.

El tercer problema del presidente Sánchez es que está desconectado de su partido. Parece no saber en qué situación está su militancia, especialmente en Andalucía, como parece no importarle lo que se juegan sus cuadros en las próximas elecciones. Una gran parte del PSOE no se siente representado en el Gobierno y ha dejado de ser su conexión con la realidad social. Y no ayuda a reconectarlo propuestas como la de la candidatura de Pepu Hernández en Madrid. Es como si pensara que puede ganar las generales sin su partido, que puede llegar directamente a los votantes, o que desea que algunos de sus candidatos pierdan en mayo para remodelar el PSOE a su imagen.

Con estos tres problemas, me temo que la voluntad del presidente Sánchez de «agotar la legislatura» se me antoja ciencia-ficción. Como veo difícil el que tenga un buen resultado electoral, pues, lejos de haber convocado elecciones al rebufo de la salida de Rajoy, se va a ver abocado a hacerlo por su debilidad, sus errores y sin apoyo de su partido.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía