Pueblos y ciudades se están preparando ya para celebrar las fiestas de la próxima Navidad. El pasado jueves, las jóvenes universitarias de la Residencia de María Inmaculada de nuestra capital, antes de marcharse de vacaciones, quisieron anticipar la celebración navideña, primero, con una Eucaristía, y a continuación, con una cena festiva. Al final de la misa, quise presentarles y hacerles caer en la cuenta de esas «tres Navidades» que vivimos en nuestra sociedad: la Navidad cristiana, la pagana y la de los «buscadores de Dios». La Navidad de los cristianos, desde la orilla de la fe, contempla el gran misterio de la Encarnación: «Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». La Navidad es eso: El nacimiento de un Niño, en un portal de Belén, mientras un coro de ángeles, los primeros periodistas de la Gran Noticia, la comunican a unos pastores que guardaban su rebaño, en la alta madrugada palestina: «¡No temáis! Os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Leonardo Boff, gran teólogo, la explica admirablemente con sabiduría y encanto: «Cuando, en la fiesta de la Navidad, proclamamos con inusitada alegría que el Verbo se hizo carne, estamos afirmando creer que Dios está aquí de un modo absoluto. Que ha venido para siempre. Que se llama Jesús de Nazaret. Por medio de este Niño dice Dios definitivamente al mundo y al hombre: Yo te amo. En nuestra noche se enciende una Luz que no se apaga nunca. Dios dice a nuestra soledad, a nuestras lágrimas, a nuestro consuelo, a nuestras flaquezas: Yo te amo». Las palabras de Boff traspasan nuestras entrañas cuando llega la Navidad, escuchamos los villancicos y nos acercamos al portal de Belén. No hay mejor christma que el «amor de Dios a la humanidad», donde establece para siempre «su tienda de campaña». Pero hay una segunda Navidad, que podemos denominar como pagana, auspiciada y defendida por esos grupos políticos que han manifestado su intención de solicitar a los Patronatos de Cultura de muchos ayuntamientos la «eliminación de las connotaciones religiosas de las fiestas de pueblo y ciudades». El argumento, que ya cansa, es el de la pretendida laicidad del Estado, que no aparece en la Constitución Española de 1978, donde lo que realmente se afirma es que el Estado es aconfesional, no laicista. Que se sepa, la Constitución reconoce la libertad religiosa como derecho fundamental, lo que significa que cualquier ciudadano puede profesar un credo y no sufrir ningún tipo de marginación social por ello. Ese derecho fundamental difícilmente se casa con la mofa de lo religioso, o mejor dicho, de lo católico, en expresiones y actuaciones que hieren los sentimientos religiosos de los demás. Y hay una tercera Navidad, la de «los buscadores de Dios». No se celebra en las iglesias ni en las calles, sino en lo más profundo de las conciencias libres. Todos los que tienen dudas, se formulan preguntas e interrogantes y sienten un «tremendo vacío» en sus vidas después de haber alcanzado las mejores metas, son, sin duda «buscadores de Dios». Estas tres Navidades nos interpelan a todos y nos invitan a profundizar en los misterios, o como los Magos, «ponernos en camino» para ver qué hay sobre aquel Niño. Con el aire infantil que caracterizaba a Gloria Fuertes, sería bueno recordar su espléndida evocación de la Navidad: «Cuando todas las esperanzas estaban enterradas, todas las fuentes secas, todas las preguntas calladas, todos los fuegos apagados, entonces, en medio de la noche, la débil fuerza de una semilla rompió la costra de la tierra».

* Sacerdote y periodista