Si me pidieran que señalara la celebración rural más representativa del mes de febrero escogería la de Carnaval: compendio de las fiestas de invierno, colorista y rica en simbolismos de añejos ritos agrarios que modulan sus formas según el lugar en el que se celebre. Me encantan los de Orense, por ejemplo: los de Buxán, Toira, Oimbra y Laza; o el de Sardonedo, en León; o los de las tierras navarras de Unanua y Lantz, recuperados en sus ritos pirenaicos por mi añorado Julio Caro Baroja; sin olvidar el de la oscense Bielsa, alejados unos y otros de la estética a la que aquí estamos acostumbrados. No se trata esta, sin embargo, de la única celebración del segundo mes del año. Ya en sus primeros días destacan otras como las de la Candelaria, san Blas y santa Águeda, o bien la del Jueves Lardero, las cuales aportan matices que singularizan este mes que los romanos dedicaran a celebrar sus fiestas de purificaciones. Ofrecían en ellas sacrificios dirigidos a la expiación de culpas y pecados, incorporados con posterioridad a las Lupercales, en las cuales se celebraba la procesión de las candelas, que formó parte de las fiestas de la antigua Roma. Con la llegada del cristianismo pasó a recordarse la presentación de Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María. Se trata de la fiesta de las Candelas, muy celebrada hoy en toda España con hogueras, velas encendidas, toma de rosquillas, procesiones varias, ofrendas de palomos y danzas típicas por doquier, entre otros rituales.

El día 3, por san Blas, médico y obispo de Sebaste, se toman también panecillos y roscas diversas; las botargas y diablos acompañan al santo en procesión en bastantes poblaciones de Castilla y del resto de España; hay danzas de paloteo, por ejemplo en San Leonardo de Yago (Soria), que rememoran antiguos ritos celtibéricos; son igualmente típicos los repiquetes o toques de campanas; también se bendicen cintas y pañuelos para poner al cuello y poder protegerse así de los diversos males de garganta. Durante el día los marineros de la costa Norte ponían cuidado en fijar la dirección del viento, ya que el que soplara dominaría durante el resto del año. En Almonacid, en la fiesta, se pueden contemplar antiguas danzas; en su endiablada, formada por varones con su diablo mayor al frente, lucen los danzantes vistosos trajes de colores y cuelgan cencerros a sus espaldas. El día de san Blas los diablos cambian el gorro de la Virgen, que lucen para las cencerradas, por la mitra del santo médico protector, de color rojo, convirtiéndose así en obispos- diablos, que saltan o realizan carreras desenfrenadas que culminan ante el patrono. Dentro de la iglesia, el diablo mayor lava la cara al santo con anís, en recuerdo de añejos rituales que recuerdan que, cuando encontraron su imagen enterrada, lo primero que los lugareños hicieron fue eso mismo.

El día 5 se celebran las festividades en honor de santa Águeda, abogada de enfermedades de las mamas y de virtudes de recato y feminidad, quien fuera martirizada en Sicilia en el siglo III por no abjurar de su fe. En Alba de Tormes, por ejemplo, o en otras localidades de la mitad Norte de España, salen ese día las águedas vestidas con sus mejores galas, y son muchas las mujeres que toman el mando de sus municipios, desfilando con trajes típicos de la región, se mantean peleles, hay procesiones como la de los panes benditos de Escatrón (Zaragoza) o la de Espinosa de Henares, en Guadalajara, en las que participan las mujeres mientras acompañan a la santa, celebran comidas tradicionales, bailan las águedas y se gastan numerosas bromas por doquier, con trasgresión de roles y cambios de autoridad. A este respecto es en Miranda del Castañar, en la salmantina Sierra de Francia, donde mejor se conservan antiguos rituales: allí recogen el bastón de mando que les entrega el alcalde en señal de que ese día mandan las mujeres, hay baile de la bandera, colocan las mujeres el pie sobre los hombres, celebran cenas a las que asisten solas o cantan antiguas coplas; en Pelea Gonzalo (Zamora) se conserva un antiguo ritual de fertilidad y es costumbre correr el bollo; en Zamarramala (Segovia) la fiesta se denomina de las Alcaldesas, quienes cobran peaje a los hombres, se prende al pelele Manolo y tiene lugar el baile de la Rueda.

Los antecedentes más remotos de todas estas celebraciones de comienzos de febrero quizás haya que buscarlos en la Mastronalia que Roma celebraba durante las Kalendae de marzo, fiesta destinada a las mujeres, en la que las casadas recibían especial atención de sus esposos y las esclavas gozaban de algún cambio en sus actividades habituales. Hoy reviven muchas de ellas de diversos modos, en un tiempo propicio para plantar ajos y en el que el astro rey penetra ya en el agua.

* Catedrático