No mezclemos conceptos. Queremos sanidad pública, que nuestros impuestos se destinen a ese fin. Es más, estamos orgullosos de ella, agradecidos cuando nos salvan la vida o nos resuelven un problema de salud. Admirados de la cualificación de nuestros profesionales. Hacen lo que tienen que hacer, claro, es su trabajo, pero el plus de profesionalidad y entrega hay que valorarlo. Y así es. No mezclemos, por tanto, la maravilla de los trasplantes de órganos, esa mezcla de la generosidad más encomiable de los donantes y de la medicina más avanzada, en la que Córdoba es un ejemplo por ambas partes, con la irritante sensación de ir al médico de familia y que sea tan complicado acceder a pruebas preventivas. ¿Qué, van a esperar a que sea necesario un trasplante? Bueno, contra el defecto de pedir (o de ser hipocondríaco) está la virtud de no dar, o la virtud más refinada de la lista de espera, de la que se elimina a la gente cuando se da un paso administrativo intermedio, aunque siga esperando y esperando a que le toque el momento de la detección de la enfermedad o de la sanación. Y, cuando el problema es muy grave... Rapidez, eficacia y quirófano (no siempre es tan inmediato). Sí, es verdad, tenemos en Córdoba una medicina excelente, y los trasplantes son el pasaporte de la resurrección en vida para muchos enfermos de toda Andalucía. Pero... ¿qué tal una mejor distribución de recursos humanos, tecnológicos y materiales para avanzar en prevención y detección temprana? Así no habrá que esperar a estar tan malitos.