Parafraseando versos de una copla popularizada por la Piquer (Ay, mi Córdoba ), bautizo esta grata colaboración semanal "Córdoba de mi querer", título que, aunque suene tópico, resume fielmente el propósito de estos artículos de ocasión, en los que pretendo escribir de la ciudad en la que tenemos el privilegio de vivir desde el amor que le profeso, sea en tono de crítica --siempre constructiva-- o de alabanza, según convenga. Gracias por estar ahí. Y al grano.

La peatonalización de la calle Cruz Conde ha sido la última victoria de esa larga batalla consistente en ganar, poco a poco, la ciudad para el peatón, que es como devolverle su dimensión humana. Los cordobeses lo celebran inundando la calle cada día para pasear sin temor al acoso del automóvil, para ir de tiendas o para sentarse en sus bancos y veladores. Se ve que disfrutan de la calle, como disfrutan del Puente neorromano desde que se transformó en paseo peatonal. Sí, da gusto pasear por Cruz Conde, cuya remodelación, proyectada por la arquitecta Rosa Lara, es todo un lujo que ahora mismo, tal como están las arcas públicas, ya no se podría costear.

Como saben los cordobeses leídos, fue el emprendedor alcalde José Cruz Conde quien abrió la calle a partir de 1926 para dar salida por el norte a la plaza de Las Tendillas, su gran creación urbana por los mismos años. Según me confesó un día su sobrino don Antonio, "la proyectó más ancha y más larga, pues quería que llegase hasta la avenida de América, pero se conformó con que acabase en la de Canalejas (nombre entonces de la actual Ronda de los Tejares); aun así, hubo una campaña para que terminase en la calle Góngora, pero en eso no cedió".

La apertura de la nueva calle permitió sanear el barrio de Trascastillo, un suburbial dédalo de callejas con mala fama por "vivir en él muchas mujeres de mala conducta, ocasionadas a toda clase de escándalos", si creemos a don Teodomiro Ramírez de Arellano. Y una estrofilla recogida por Pío Baroja en La feria de los discretos insiste en dibujar aquel ambiente: "Casas de la Morería, / Trascastillo y Murallón, / ninfas, dueñas y tarascas, / baratilleras de amor". La palabra tarasca, hoy en desuso, define a la "mujer temible o denigrada por su agresividad, fealdad, desaseo o excesiva desvergüenza".

Con semejantes referencias el barrio de Trascastillo sería el culo de Córdoba, con perdón, y José Cruz Conde lo saneó abriendo la nueva calle, bautizada primero como Málaga y más tarde con su propio nombre. Aquella maraña de callejas mugrientas fue dando paso a un eje urbano y comercial de primer orden, escaparate de moderna arquitectónica impulsada por la burguesía y el comercio.

El topónimo Trascastillo hacía sin duda referencia a la muralla romana, de la que perviven algunos tramos en garajes de edificios modernos como Ridyah, o bien a la cercana Puerta Osario --víctima de la fiebre destructora que arrasó muchos monumentos a lo largo de la segunda mitad del XIX--, que antiguos dibujos y añejas fotos muestran flanqueada por dos torres almenadas con aspecto de fortaleza, un 'castillo' para el pueblo llano.

La lujosa remodelación de la calle Cruz Conde ha tenido el detalle de recuperar la memoria urbana del lugar, de forma que la tonalidad del granito, perfilada con bandas de latón, marca el trazado de las antiguas calles. Como indica la inscripción grabada en el suelo, "las calles del antiguo barrio del Trascastillo emergen", y se rotulan sus nombres en el pavimento con doradas letras de latón; algunas desaparecidas del callejero, como Doctor León Torrellas, Cuatro Esquinas o Miraflores, mientras que otras perviven aún en las bocacalles Morería, San Alvaro, Góngora, Pastores y Cabrera. Como reliquia urbana de aquel barrio queda en pie incluso una casita, la que aloja la taberna Casa Miguel en la plaza de Chirinos, fundada en 1889, un romántico anacronismo arquitectónico.

Otros trazos de latón señalan vestigios arqueológicos del foro romano que subyace bajo los paseantes de hoy y losas de mármol travertino marcan el trazado de la ancha muralla romana. Y todo se complementa con detalles que proporcionan un ambiente acogedor: los bancos de diseño, la hilera de magnolios, los maceteros con palmeritas sagú, las luminarias que brotan del suelo, las guías para invidentes y otros detalles hacen de Cruz Conde una calle de lujo para disfrutarla, como ya hacen los cordobeses desde el primer día. Todo un modelo a seguir para una ciudad más habitable.

*Periodista