Toledo encierra tantos arcanos que resultaría improductivo ensimismarse en su Catedral. De hecho, el goticismo se bifurca más en la luz de las vidrieras de León y en la florida armonía de los pináculos burgaleses. Pero Toledo guarda en su trasaltar mayor una joya arquitectónica: el Transparente ideado por Narciso Tomé para conseguir la cuadratura circular del barroquismo, haciendo del retorcimiento liviandad. Es la traslación castellana de la maestría de Bernini, si bien el éxtasis de Santa Teresa aquí es suplido por la conjugación de los estados de la materia, los nimbos de mármol de Carrara que se elevan para sublimar a Dios.

Me detengo en la transparencia pétrea de las nubes, el virtuosismo del vaho celestial obtenido por el burilado de una roca metamórfica. La simbiosis entre la Piedra sobre la que se edifica la Iglesia, y la luz cegadora y vivificante de la Conversión. Tiempos extraños para mentar el Transparente. O no, porque esta es una densidad de nubes bajas, marcada por los cilicios de una titubeante flagelación. Al menos esta es la sensación que ha podido dejar en muchas víctimas la insuficiente contundencia de la Curia eclesiástica, reunida en torno a una Cumbre histórica. La pederastia se ha presentado como la gran expiación de esta Iglesia del Tercer Milenio. Antes de que el Papa Ratzinger renunciara a la silla de Pedro sin abandonar este Valle de Lágrimas, ya advirtió sobre esos lobos escondidos en los misales y en las logias vaticanas. Pero Francisco, su sucesor, no advirtió que el legado de su Pontificado vendría marcado por otros depredadores, esos que se encaperuzaban la cofia de los cuentos infantiles, trocando traumas por farisaicas ocultaciones.

El problema del Papa austral es la ingratitud de la tibieza, la insubordinación de la expectativa. Creía este orbe cínico que después de tantos siglos llegado era el momento de blandir nuevamente el látigo del Templo. Y acaso Francisco lo ha hecho a su manera, no desde luego con siete colas impregnadas en salmuera. Los lobos con sobrepelliza que denostan a este Papa de zapatos viejos celebran agazapados las horas bajas de Bergoglio. Le imputan la bisoñez del advenedizo, la cándida exhortación de la pobreza dejando en caída libre la Majestas del Vicario de Cristo. Ni siquiera Juan XXIII renunció a la tiara de la triple Corona. Y rehabilita a Ernesto Cardenal, el cura sandinista al que Wotjyla no le echó una reprimenda, sino toda una filípica. Porque para transparencias, dirían los añorantes de los Papas litúrgicos, los de la Capilla Sixtina, el desenfreno artístico de la cohorte de Miguel Ángel cuando los obispos de Roma llevaban coraza o se las despojaban para encelarse con las madres de sus hijos.

A Francisco le han endosado tantos siglos de silencio, acrecentando con sus titubeos injustas metonimias, pues sin duda hay muchísima más mies que paja entre las vocaciones religiosas, y más cuando el seminario dejó de ser tiempo ha el trampolín para comer caliente y alcanzar unos estudios. Tantas vidas truncadas por instintos terrenales merecen mucho más que una sacra ingeniería de absoluciones, tendente a convertir a la víctima en culpable. Este zarandeo es preceptivo para que no se debilite la credibilidad de la Iglesia --una Iglesia incrédula sería toda una incongruencia-. Las reparaciones a los afectados no pueden ser un acto de fe, sino de justicia. Y luego se podrá rezar ante el Transparente.

* Abogado