La historia del siglo XX español está llena de acontecimientos que son objeto de análisis de manera permanente. No me refiero solo a la guerra civil, pues la conocida como Transición Democrática no deja de ser objeto de debate, aunque en los últimos tiempos abunden las críticas por parte de quienes descalifican aquel proceso y para referirse al modelo político nacido de la Constitución de 1978 utilicen de manera despectiva el término «régimen del 78». No obstante, las aportaciones realizadas desde la historia, la sociología o la ciencia política distan mucho de la falta de consistencia que acompaña a las opiniones de los críticos con aquella etapa. Porque lo acontecido desde mediados de la década de los setenta no es, sin duda, un modelo perfecto, pero no se pueden dejar de lado las circunstancias en que se llevó a cabo, y desde luego en ningún caso se puede aceptar, como algunos defienden, que se tratara de algo diseñado por una inteligencia superior que supiera hacia dónde íbamos, porque la característica de la transición es que se trató de algo coral, colectivo, donde no solo los dirigentes, sino que también muchas fuerzas sociales y sectores populares jugaron un papel clave. Para comprender el caso español, me gusta la definición de «transición política» que daba Julio Aróstegui en uno de sus trabajos, pues la entiende como un proceso de «paso controlado de un sistema político a otro, sin que exista un momento identificable de ruptura entre el régimen precedente y el consecuente, produciéndose un cambio paulatino en el curso del cual se alteran las reglas del juego para el acceso y conservación del poder, sin que durante el proceso mismo cambie el titular del poder existente... Las transiciones son un proceso enteramente asimétrico: van desde regímenes de poder autoritario a otros de poder compartido, contrapesado, y de régimen abierto, o sea, de democracia». Se necesita poco esfuerzo para rellenar ese modelo teórico con los datos de la evolución de la política española en aquellos años.

La bibliografía sobre esa etapa de nuestra historia es amplia, y en ella podemos encontrar diferentes propuestas, tanto en lo tocante a la interpretación de su significado como en la cronología que se le asigna. Los historiadores hacen esfuerzos por realizar un acercamiento desde una perspectiva científica, tal y como explica Xosé M. Núñez Seixas en la presentación del volumen que ha coordinado para la Historia de España publicada por Crítica y Marcial Pons, y que abarca el periodo de 1975 a 2011, pues explica: «Aunque bien sabemos que la Historia no es ni puede ser aséptica, nuestro propósito es situarnos por encima del debate periodístico y político acerca de las bondades y las maldades de la transición y la consolidación democrática, y distanciarnos tanto del relato encomiástico y triunfalista como del juicio normativo». Por su parte, Santos Juliá acaba de publicar un volumen cuyo título es Transición. Historia de una política española (1937-2017), donde realiza una historia política de cómo se ha planteado la posibilidad de un proceso con este nombre desde la misma guerra civil y cómo se sigue hablando del mismo hasta el presente. La semana pasada comencé a leer este libro, en cuya Introducción el autor señala cómo la Transición, que debería ser algo perteneciente a la Historia, aún forma parte del debate político. Convendría que quienes opinan acerca de la misma leyeran libros como los citados, pues saldrían del error de considerar la democracia como heredera de la dictadura, posición que unos defienden por estar vinculados al franquismo, mientras que otros aún no son capaces de comprender la diferencia entre una dictadura y un sistema democrático, hasta tal punto es así que ni siquiera saben lo que son, de verdad, presos políticos.

* Historiador