Cualquier aniversario no es más que una convencional manera de empaquetar tiempo, una ancestral forma de canalizar el imparable fluir de los días, un alto en el camino para otorgar sentido al pasado a través del engañoso filtro de la memoria. Aniversarios amorosos, aniversarios cívicos, aniversarios deportivos...

Un aniversario. Hace 40 años se celebraron las primeras elecciones democráticas tras la Guerra Civil. Todo por hacer, la ilusión intacta. En los medios de comunicación se habló de «fiesta de la democracia». El recuento duró dos días tras los cuales se impusieron en primer lugar el atildado pragmatismo de un heredero del antiguo régimen y en segundo término la labia pujante un abogado sevillano destinado a convertir el PSOE en la fuerza hegemónica de la izquierda nacional.

Para que el pueblo hablara en esas elecciones resultaron necesarias dos traiciones (y algunas más), traiciones en el sentido positivo que les asigna el escritor Javier Cercas en Anatomía de un instante, magnífica crónica literaria del golpe de estado. Primera traición: la de Suárez, que apostó por la legalización del Partido Comunista y abrió la puerta de la normalidad institucional a una organización hasta entonces clandestina y poco menos que diabólica para el núcleo duro del ejército. Segunda traición: la de Carrillo, que entró por aros como la monarquía y la bandera alejándose del maximalismo sectario con que atornillaban sus dogmas los guardianes de las esencias rojas.

Otro aniversario. Hace 25 años murió José Monje Cruz, Camarón de la Isla, elevado desde entonces en la mitología popular al olimpo en el que moran los dioses de voz fulgurante y ojos cansados. En 1979 Camarón cantó majestuosamente La leyenda del tiempo, trabajo discográfico ideado por el productor Ricardo Pachón que supondría un antes y un después en la evolución del mundo flamenco. Fue el décimo álbum del gitano rubio más famoso. Los anteriores se ubicaron en coordenadas de ortodoxia y pureza gracias a la mano genial de Paco de Lucía. La leyenda del tiempo se desvió de ese territorio. Nuevos instrumentos (teclado, guitarra eléctrica, sitar...), nuevos aromas sonoros (fruto psicodélico del mestizaje con el blues o con el jazz), nuevos compañeros de viaje... Una auténtica e imperdonable traición: gente devolviendo el disco en las tiendas, puertas de las peñas que se cierran y contratos en festivales que se convierten en papel mojado. Una traición sin la que no se hubiera producido la universalización del arte flamenco que llegó después.

A la luz de estos dos aniversarios cabe pensar que alejarse de la estrecha senda de unos determinados principios no tiene por qué resultar nocivo y que la profunda variación en el rumbo de los acontecimientos puede depender a veces de la valentía de quienes se atreven a salir de su zona de confort ideológico o artístico, la valentía de los traidores.

* Profesor del IES Galileo Galilei