La versión papel de este su diario se mantiene exenta de esa descarga publidigital invasiva, que sacude la pantalla y hace temblar la lectura de cualquier texto medianamente largo y hasta mínimo. Uno ha entrado ahí a leer, no a contratar seguros.

La lectura de verdad es un ejercicio y un juego, como correr, hacer flexiones o aparearse. Cuesta trabajo asimilar algo decente, pero satisface. Para ello se hace vital disponer de minutos. El tiempo es oro, por encima del dinero, te lo juro. En consecuencia, me fastidian significativamente las interrupciones. Las considero una forma de acoso. Tócame el culo, por así decirlo, pero no me detengas en mitad de la acera cuando camino ahí, sumido en mis pajas mentales, para venderme la moto con tu melodrama particular, inconvincente. ¿Qué es el acoso, amén de otras historias, sino in-te-rrup-ción, vulneración de la intimidad, apropiación indebida de tu tiempo? Yo lo veo así, oiga.

La lectura, como la misma vida, se está convirtiendo en una patraña monitorizada. El bombardeo es constante. Aceptar las cookies implica dar el visto bueno para recibir publicidad recurrente, esto es: el precio. Porque nada es gratis en «la red». ¿A que ya lo sabes, guapo? Igual que en la tele: cambias de canal, sí, por ti mismo, pero te comes los anuncios sí o sí. Por ello, ni te interesa ya la peli, ni el artículo. Tienes tanta prisa que te saltas la coma en el mensaje: «no, es lo mismo». Así, lo tomas por un «no es lo mismo», y te pierdes. Y ahí llega otro pantallazo con uno que es ¿futbolista? y otro muy feo vendiéndote seguros o coches o apartamentos, como caluroso prolegómeno de la noticia. Dadas estas y otras circunstancias, me veo en la tesitura de recomendar, humildemente, la versión física de cualquier panfleto, fanzine, revista, periódico o papeleta. Yo mismo estoy construyendo un cartel en madera, muy versátil, que dice: ¡fuera de aquí!

* Escritor