Desde que la Fura del Baus metió mano en la ópera --filón que, por cierto, encontró en Granada con la puesta en escena de la Atlántida ante la catedral-- nadie puede garantizar que una obra se muestre en el escenario tal como su autor la creó y escribió. Ahora ha sido en Florencia, en el teatro Maggio Musicale, donde a la ópera Carmen, la más representada de todo el repertorio lírico, le han cambiado radicalmente el final. Ya no es el celoso Don José quien mata a la cigarrera gaditana sino justamente lo contrario: Carmen es la que acaba con la vida del militar, con la idea de hacer justicia poética por las mujeres asesinadas en Italia. El cirio que se ha montado entre ortodoxos y modernos aún continua desde el pasado domingo, cuando se consumó la traición, mientras los autores siguen desprotegidos ante el acoso y derribo de directores excéntricos. Eso sí que es abuso de poder y maltrato a los escritores que no pueden defenderse, la mayoría están muertos. Estos directores no se atreverían si estuvieran vivos y dieran con un Antonio Gala, que le cantó la traviata a Vicente Aranda, quien cometió con su novela La pasión turca, cuando la hizo película, la misma traición que ahora se ha cometido en Florencia con la Carmen de Bizet. Aunque esto sea una osadía por mi parte, cada vez que voy a la ópera salgo convencido que, de media, a todas les sobra una hora larga pero, ¡ay! la música no se toca, con la partitura no hay quien pueda porque es el director musical el que tiene la batuta y ejerce el mando desde podio, a pesar de estar en el foso, y no hay quien le quite cuatro compases a la obra. El celo de los músicos con sus maestros les honra, pero con lo que antes se decía «el mensaje» no hay quien haga carrera, y es así como además de los retretes en los que sentó Calixto Bieito a los cantantes de un Ballo in maschera, yo he visto a Rigoletto vestido de astronauta, por las veleidades de un director creativo. Todo esto viene a cuento de querer corregir en el teatro lo que nuestra sociedad no es capaz de atajar: el asesinato de mujeres a manos de sus maridos, novios o amantes. Una brutalidad, un manchón, una tragedia real, no como la de Carmen, que se sufre cada día en Italia, España y en toda Europa. Son cosas distintas, Carmen es una mujer que por ejercer su libertad ha de morir, porque no es un ser libre; lo mismo que Mariana Pineda, que muere diciendo «Yo soy la libertad, porque el amor lo quiso», y no puede venir ningún zascandil a cambiar ese final y que sea Mariana la que mate al asqueroso de Pedrosa. Porque de lo contrario acabaremos quemando las bibliotecas públicas y privadas libro a libro, y todos seremos más ciegos y más gregarios.

* Periodista