La trágica muerte de Lucía, la niña de 13 años que se ha suicidado en Murcia, presunta víctima de acoso escolar, vuelve a poner sobre la mesa un problema que en la gran mayoría de casos permanece oculto mucho tiempo bajo una capa de silencio. Algunas voces se han rebelado contra el bullying, esta lacra social que consiste en ataques sistemáticos de grupos que agreden, de una manera u otra, a un individuo. El caso de Murcia es especialmente lamentable porque todas las pruebas indican que Lucía ya llevaba tiempo sufriendo los ataques e incluso advirtió de su voluntad suicida en una carta hallada en la escuela. Los protocolos de actuación han fracasado porque seguramente llegan tarde y no son capaces de poner coto a una situación en la que los expertos reclaman una solución dialogada que excluya el simple concepto de castigo (para los agresores) o el cambio de centro (para los agredidos). El castigo a menudo intensifica la venganza contra la víctima y con el traslado la víctima paga por serlo. Conviene establecer e intensificar canales que permitan a los acosados expresar libre y anónimamente su sufrimiento. La posibilidad de explicar el bullying es un paso decisivo para erradicarlo, para tratarlo a nivel grupal, para huir de las simplificaciones. Teléfonos como el del Gobierno español activó en noviembre (con 2.000 denuncias en solo dos meses) se inscriben en esta línea, pero se requieren más medidas (presupuesto, pedagogía, mecanismos de detección) para un drama que de ninguna forma debemos minimizar.