Hoy es la Jornada Mundial por el Trabajo Decente (7 de octubre) y da la impresión de que el trabajo decente se ha convertido en una rareza propia de otros tiempos. Trabajo decente es aquél que garantiza un salario mínimo vital, que permite la libertad de asociación sindical, la participación en los asuntos de la empresa, el respeto de la negociación colectiva y a los convenios, la igualdad de trato entre las personas, la salud y seguridad en el trabajo, la protección social de quienes trabajan y de las personas a su cargo, la protección contra el despido, el acceso a la formación y el aprendizaje permanente y el equilibrio entre la vida privada y la vida laboral.

En España estamos asistiendo a un crecimiento del trabajo precario, que se presenta bajo las formas de contratación temporal, a tiempo parcial o empleo autónomo ficticio. Afecta principalmente a las personas más vulnerables, que corren riesgo de discriminación, pobreza y exclusión (personas con capacidad funcional diversa; personas con un origen étnico, religión o creencia minoritaria; jóvenes, mayores y mujeres). Desde la óptica cristiana, el trabajo precario no es otra cosa que el rostro visible de una economía al servicio del capital, donde la persona es un mero instrumento que sirve y es utilizada en función de los intereses que marca el mercado. Esta concepción, en cuanto no pone a la persona y su dignidad en el centro, es contraria al proyecto del Reino de Dios y no puede ser, en ningún caso, aceptada desde una mirada cristiana de la vida.

Por ello, la fe nos lleva a tomar postura y nos reclama:

--Luchar contra el trabajo no declarado, el fraude fiscal y los paraísos fiscales.

--Trabajar por los derechos laborales y el reforzamiento de la inspección laboral.

--Apostar por la creación de empleo de calidad, con derechos, protección y diálogo social.

--Fijar salarios e ingresos dignos y suficientes, que garanticen seguridad en situaciones como el desempleo, la enfermedad, la edad avanzada o las pausas en la vida laboral para el cuidado de hijos u otras personas o para la formación.

--Garantizar la igualdad de remuneración entre hombres y mujeres, combatiendo la discriminación contra la mujer, la brecha salarial, el techo de cristal (que imposibilita a las mujeres alcanzar puestos de responsabilidad, aunque lo merezcan), el acoso psicológico y a las empleadas embarazadas.

--Apostar por condiciones de trabajo dignas, especialmente para los sectores más vulnerables.

--Incrementar la inversión pública y privada que conecte los mercados financieros con los mercados productivos.

--Acompañar a las personas en situaciones donde la ausencia del trabajo decente provoca inestabilidad, sufrimiento y falta de horizontes vitales, propiciando respuestas individuales y colectivas que alumbren caminos de esperanza.

Como dijo el Papa Francisco en mayo de este año, en un encuentro con trabajadores: «Cuando la economía pierde contacto con los rostros de las personas concretas, ella misma se convierte en una economía sin rostro y, por eso, en una economía despiadada».

* Presidente de la HOAC de Córdoba