Sabemos que hay productos tóxicos, son los que envenenan o contaminan, y como es lógico adoptamos medidas para que no nos perjudiquen. También nos pueden hacer daño las palabras, la manera en que se defienden algunas ideas contrarias a los principios de un sistema democrático, y de esto tenemos muestras abundantes a lo largo de la historia. Véase como ejemplo este párrafo: «La violencia no es inmoral y hasta es moral a veces. Nosotros negamos a nuestros enemigos el derecho a protestar contra nuestra violencia… Por otra parte, la violencia es eficaz… Así, violencia que despeja una situación gangrenosa es violencia necesaria, santa y sagrada». Donde pongo puntos suspensivos las referencias cronológicas del texto original nos permiten deducir que quien escribe es Mussolini, pero no hace mucho hemos escuchado palabras sobre la violencia que no tienen nada que envidiar a las pronunciadas por el líder fascista en 1934. En este asunto no deja de ser tóxico que Pablo Casado afirmara el domingo que al presidente del Gobierno le interesaba que hubiera violencia en Cataluña. Son palabras que han roto con esa imagen moderada que había adoptado recientemente y más bien parecen la consecuencia del acercamiento de su partido a la ultraderecha, gracias a la cual gobierna en comunidades y ayuntamientos. Tenemos muy cerca el ejemplo de Andalucía, pero no menos significativo es el de Madrid, pues allí Vox controla tanto la Comunidad como el Ayuntamiento, el de la capital de España, y por tanto algo de interés para todos, vivamos donde vivamos.

En la política española, como vemos en esta campaña, ha desembarcado el juego sucio. Si volvemos al uso de las palabras, siempre resulta exagerado cuanto llega desde las filas de la extrema derecha, y sin embargo lo más sorprendente es que ese discurso cale en algunos sectores de la población. Cada vez que escucho determinadas cosas pienso que algo ha fracasado en nuestro sistema educativo, en nuestras clases de historia en particular, para que entre ciudadanos jóvenes, o no tanto, tengan eco afirmaciones que son puro antisistema, tanto como las de los portavoces del independentismo catalán, pues unos y otros aún no han llegado a comprender la esencia del Estado de derecho, y lo peor es que, como esos alumnos que no quieren aprender, ellos tampoco quieren llegar a hacerlo.

Una variante de la cuestión es que haya quien disfrute con ese papel, quien pone sus capacidades al servicio del ataque al enemigo de manera provocativa, buscando siempre que sus palabras provoquen ira. En este punto, a pesar de que el PP ya ha tenido representantes muy relevantes de esa tendencia, parece haber llegado a un punto álgido con su portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, a la que incluso le tuvieron que llamar la atención desde su propio partido militantes vascos. En una entrevista que leí la semana pasada, cuando le preguntaban por qué su partido criticaba la exhumación de Franco si no había votado contra ella, respondía con que había que enterrar el guerracivilismo y luego siguió con Cataluña; se mostraba de acuerdo con que había existido una profanación, para lo cual el argumento de autoridad era el que así lo consideraba la familia. Se reputaba como historiadora, pero debería haberse resguardado un poco al comentar algunas parcelas de la historia del PSOE, y desde luego era entrañable su receta para los nacionalistas, pues les va a ofrecer «lo mismo que a mis seres más queridos: ley y libertad». Yo pensaba al leer ese párrafo que iba a decir mucho cariño, pero no. Y así sigue, derramando sus malas formas, aunque ella ya dice que le gusta el papel de poli malo, que siempre le ha gustado, aunque no tiene en cuenta que su manera de actuar, de expresarse, es un tóxico para el buen funcionamiento de la democracia.

* Historiador