Para el devenir de los toros, el transcurrir del tiempo no es indiferente. A partir de los seis años de edad los toros no se pueden lidiar en plazas de toros. No les queda otra salida que el matadero o las carreras populares de las calles: el toro de cuerda y todo eso; fines todos ellos mucho menos nobles que la muerte por estocada en una plaza. La ausencia de corridas durante el confinamiento por la pandemia llevará a muchos toros al matadero, reduciendo el toro bravo a carne de vacuno; muy triste. Han desaparecido en nuestra perspectiva la ferias de Valencia, la de Sevilla, San isidro… ¡Cuántas ilusiones! ¡Cuántos proyectos se han convertido en humo!

Y no es lo menos importante que a muchos toreros les han destrozado a hachazos su trayectoria. Para muchos de ellos el año que viene no será igual. Aunque vuelvan a su rigurosa preparación, a torear en el campo a poner a sus apoderados a rastrear contratos, las perspectivas que este año habrían tenido ya no las tendrán, salvo excepciones, el año próximo.

El empresario nonato de la plaza de Córdoba montó en el pasado las corridas de José Tomás. No era temerario esperar que lo trajera a Los Califas. Un aforo importante de la plaza y una ciudad perfectamente situada como nudo de comunicaciones; fácil acceso a espectadores de media España.

Pero la pandemia lo ha fastidiado todo.

Nos quedan la imaginación y los sueños, que sueños son.

¿Qué haría yo si fuera el empresario de Córdoba y pudiera montar la feria?

A medida de las posibilidades y la costumbre: una de rejones, dos corridas de toros y -échale huevos- una novillada con picadores. En los rejones prescindiría de la hermosura y me basaría en Diego Ventura y en Leonardo Hernández, cuyo padre, también rejoneador, nació en Córdoba un 25 de mayo.

Anunciaría una primera corrida de toros absolutamente convencional: Finito y dos figuras -una, Juli- y toros del inevitable Juan Pedro.

Y otra corrida, a mi gusto: toros de Victorino Martín para Diego Urdiales -a quien no se le ha visto ni un solo pase cambiado por la espalda; se le ha visto torear-, Antonio Ferrera, que asume la defensa de lo clásico que hizo siempre Esplá ya retirado, y Pablo Aguado que torea con una naturalidad que no se veía desde Curro Romero. Desgraciadamente, a esta magnífica corrida asistiría poco público, porque la genta acude a lo que suena y no, a lo bueno, a pesar de que es fácilmente cognoscible por televisión todo el año, con solo la suscripción de un programa especial, que no es nada cara. Con toda seguridad: media plaza en le primera, y un cuarto, en la segunda. Y aún presumimos de una afición, que no tenemos.

Pocos toreros cordobeses en activo: Paco Gómez, ahora Paquito Algaba, de tercero con Roca Rey y Rafael Rosa, uno de los mejores subalternos del momento, que va con Manzanares. Anecdótico: algunas tardes viste un traje de luces que le regaló Finito.

Y en cuanto a ganaderías, Ricardo Gallardo, Fuente Imbro, tiene su finca taurina en Cádiz y rara vez alude a su condición de cordobés.

Y Jaralta, muy en Pozoblanco, no acaba de despegar. ¿Recuerdan ustedes aquel mayo de 2014 que el presidente, tan condescendiente, por ejemplo con Morante, impidió una corrida que podría haber supuesto la consagración de Jaralta y del matador Andrés Luis Dorado? Jaralta volvió a la oscuridad y Dorado se perdió probablemente para siempre.

* Escritor, académico y abogado