Nadie hubiera imaginado que hoy la Fiesta de los Toros esté atravesando un tiempo tan decadente. Y menos que haya gente que descalifique a los toreros como asesinos alegrándose de la muerte de estos bajo las astas de tan terrible fiera. Aun así, creo que la fiesta no está en sus horas bajas por culpa de estos vanguardistas del fanatismo. Esto viene por otra cosa: la fiesta nacional goza de la máxima dignidad que siempre otorga lo que es de verdad; la embestida del toro es tan cierta como peligrosa e imprevisible. Y el valor del torero más verdad todavía. Por amor al arte --mucho más que al dinero-- la persona puede perder terriblemente la vida. Pero en esta sociedad actual lo que se lleva es ganar dinero con la mentira o lo facilón. Y la formación torera habla de valores fundamentales para una convivencia digna como son el honor, el respeto a la sabiduría, la discreción, la elegancia en el vestir y en el tratar, la solidaridad, la familia, el esfuerzo, la superación personal, el valor y la fidelidad a la palabra. Y claro, esa educación está en contraposición con una sociedad consumista que pierde principios y valores a un ritmo que asusta. La fiesta está bajando porque la educación que representa no interesa. El sufrimiento del toro --solo en la plaza-- es un mal necesario para el mantenimiento de la única verdad que nos queda. A cambio, se le da vida de rey antes de la batalla final. Pero esto no parece ser entendido por los detractores que luego, incoherentemente, no veo protestar en las jaulas masificadas de pollitos, ni los contemplo encogidos en la puerta de los mataderos al grito desgarrador de los cerdos colgados y rematados con hachazos. Del jamón de fin de año y de la pechuguita a la plancha posterior para adelgazar los excesos, mejor hablamos otro día. O sea, tengo que concluir que lo que les pasa a los que desean la muerte a los toreros es que les tienen envidia por ser tan humanos y a la vez tan apuestos. Aun así, reitero que la fiesta no está en decadencia por los improperios de los antitaurinos sino por culpa de la deshumanización que vivimos. Pero como sé que los enemigos activos de la fiesta nacional no tienen vergüenza torera para saber estar ni distinguir y por tanto van a seguir dando por saco a través de la injuria, me llevo el gustazo de decirles que por muchas borderías que profieran no pueden insultar a los matadores de toros que con el calificativo que más duele en el espíritu de un hombre; jamás podrán tacharlos de cobardes.

* Abogado