Ante los admiradores de Roca Rey, normalmente exaltados, me siento como un ateo ante un creyente agresivo, apenas paso de balbucear que Roca no me entusiasma y que, como le oí en cierta ocasión a Morante de la Puebla, estarse quieto tapa muchos defectos. Quizá será porque como me comentó hace unos días un exmatador, a Roca le falta pellizco.

Pero una corrida reciente ha acabado con mis dificultades: ahora solo me basta con pasar al rocambolesco el vídeo de la corrida de la Feria de Sevilla del diez de mayo. En ella Roca acometió todo, incluso irse a porta gayola, suerte en la que destacó la estirada de portero de fútbol que hizo para evitar la acometida frontal del toro. Pero para mí al pan pan y al vino vino; si quiero ver estiradas de portero voy a un estadio a un partido de fútbol, no a un coso a una corrida de toros.

El toreo no es exclusivamente pasarse el toro cerca y estarse quieto, aunque ambas cosas sean estimables; el toreo es lo que hizo en la corrida referida Pablo Aguado, que me dejó impresionado no por salir por la Puerta del Príncipe, sino por el toreo que desarrolló, toreando como los ángeles; sin necesidad de pases cambiados por la espalda o redondos invertidos; sin ningún mérito circense. Simplemente haciendo muy bien el toreo de siempre, ese que no se hace bien casi nunca.

Ahora muchas figuras del toreo ejercitan la naturalidad, pero muy artificialmente, lo que es una contradicción y un engaño.

Naturalidad fue la que tuvo Pablo Aguado el día de marras (ya la ha repetido; en la corrida siguiente). Morante , a quien nuestro torero sacó a hombros antaño, y Roca pasaron a muy segundo plano.

Transcribo de una crónica, de Aguado bis, porque el cronista y el torero tienen el mismo apellido: «Pablo Aguado se limitó ni más ni menos a recrearse llevando a ambos muy ajustados a los muslos, despacio a compás de soleá, trayéndolos embarcados en los vuelos y soltándolos más allá con la misma suavidad. Y toreando con naturalidad asombrosa (...) Es decir, con esa difícil facilidad de los dotados con el don de la auténtica tauromaquia, de los tocados por la varita del arte más preciso y maravillosamente esquemático».

En la escala de calidad de los toreros el peldaño superior, la suprema calidad, está en los llamados «torero de toreros», los que gustan a sus compañeros y competidores; suele citarse siempre a José María Manzanares padre. No es raro que el certificado definitivo esté expedido por una figura del toreo, normalmente del pasado. Por ejemplo el inolvidable Currro Romero ha elogiado claramente a Diego Urdiales, otro torero al que nadie ha visto dar un pase cambiado por la espalda o un redondo invertido; y que no se lo veamos nunca, subrayo yo.

Pero más raro y hasta insólito es que el elogio lo proclame una de esas figuras que acaparan las ferias, pues evidentemente nadie quiere ver reducida su parte del pastel, con la llegada de uno nuevo. Por eso me sorprendió tan grata como profundamente la actitud del Juli, quien declaró urbi et orbi que el toreo de Pablo Aguado le había entusiasmado; ni más ni menos. Esa apreciación ha demostrado que el Juli al par que un gran torero es un hombre cabal, una persona generosa en extremo, lo que es bastante raro en un mundillo en el que la egolatría y el egoísmo son moneda frecuente.

Loor a Pablo Aguado, que puede ser torero de época. Y petición de prudencia a quienes lo llevan, que tan malo será no llegar como pasarse.

Calma, mucha calma. La misma calma con que Aguado ejecuta el buen toreo de siempre.

* Escritor, académico y jurista