El sabor de los tomates del huerto de aprendizaje y entretenimiento de mi cuñao Pepe es el genuino de estas verduras de origen americano de aquellos tiempos en que los periódicos eran la esencia de la comunicación. De cuando un verano servía para leer libros atrasados y los críos se iban a corretear calles para conocer la vida y echarse amigos pegando voces y montando algarabía. El siglo XXI nos ha traído el mundo que tocaba y en él tenemos que movernos. Pero desde que en Almería taparon los campos con plástico y en su interior sembraron tomates para todo el año con ausencia de sabor y la comunicación empezó a maltratar el papel y abusar de las pantallitas valoramos más el sabor de sandías, melones y de todos los frutos de temporada. Como cuando recibíamos llamadas telefónicas sólo cuando estábamos en casa o en el trabajo y en el bar hablábamos con el que teníamos en la mesa. Ahora, que ya no hay quiosco de prensa en mi pueblo, la mayoría de la gente se dedica a retratarse en los wasaps (religiosos, noticiables, ininteligibles, eróticos de altura inexplicable) que envía con frenesí mientras que los más cultos se exponen en los escaparates más exclusivos, como Facebook, Twitter o Youtube, escribiendo sus nuevos periódicos sin orden ni control, o Instagran, el colmo del exhibicionismo donde el mundo te aprecia por guapo. El turismo rural ha descubierto que ya no son los bares los lugares de esparcimiento, donde se iba a echar un rato. Ahora o se va a comer o, incluso ya cerrados, a pasar por sus puertas o sentarte en sus ventanas para conectar el teléfono móvil a su wifi, ahora casi más necesario que la carta de tapas. Los jóvenes de este verano de mi pueblo, además de sus costumbres, han iniciado por las noches una marcha hacia la oficina de Guadalinfo, como en un senderismo de telecomunicaciones, para que sus smarphones absorbiesen el wifi necesario para entablar conexión con otras gentes, que las que tienen al lado, al parecer, no les sirven para nada. El sabor de los tomates del huerto de mi cuñao no es que sea el descubrimiento de una nueva agricultura ni el pretexto para darle valor al ecologismo alimentario, que a veces engaña. Es simplemente la imagen de un tiempo en el que los iphones no nos programaban, que el periódico -el principal motivo de mi vida— era un instrumento necesario para saber el mundo y que podías comerte una sandía hablando con alguien sin que te interrumpiera una llamada de teléfono. Y encima hablar de Barcelona era tan placentero y novedoso como aquel verano en el que algún día te tomabas una barrecha antes de irte a dormir después de haber trabajado en la calle Guipúzcoa el turno de noche de la Coca-Cola, haber comprado para mi hermana El Caso y el vespertino Tele/eXprés para mí. Cuando los tomates tenían sabor hasta en Cataluña.