En la frutería siguen despachando tomates como en el mes de julio o el de agosto. Es decir, los de ensalada, que todavía tienen sabor, y los de rama, o los de pera, colorados y maduros. Parece que las familias cordobesas permanecen instaladas en el gazpacho, que sigue llegando regularmente a las mesas en detrimento del caldo de pollo, que a estas alturas debería haber tomado el relevo y caer alguna noche, con sus fideos y hasta sus tostones. Pero todavía no apetece. Hace mucho calor. Hay ventanas abiertas a las cuatro de la madrugada, e incluso las chaquetas de entretiempo --nunca ha sido la primera parte del otoño demasiado fresca en Córdoba, más bien una primavera triste o decadente, deliciosa para el paseo, un veranillo membrillero hasta San Rafael, pero no verano tomatero como el actual-- todavía están en los armarios. Hace bien el comercio en retrasar un poco la temporada otoño-invierno, pues la ropa se les va a quedar demasiado vista en los escaparates.

Pues que sigue en octubre la venta de tomates gazpacheros porque el tiempo y el verano, igual que el conflicto catalán, ha entrado en un bucle. Escribo esto en viernes y me parece que hoy, día D, cuando llegue la hora H, asistiremos a una nueva pirueta del inefable Carles Puigdemont, ese hombre con una misión en la vida. ¿Cómo se las arreglará ahora para devolver el balón al alero de Mariano Rajoy? ¿Cederá al teatrillo de las presiones internas y declarará la república catalana? ¿Optará por el supremo sacrificio e inmolará a su pueblo en el 155 de la Constitución? Demasiado contentos estuvieron el otro día en la celebración de la Fiesta de la Hispanidad (con perdón) los políticos que nos gobiernan y la mayor parte de los que componen el espectro parlamentario. Esta partida no ha terminado, y la misión de los fanáticos es doble: alargarla hasta el extremo y, de ser posible, provocar intervenciones armadas o detenciones que engrosen los apoyos al autodefinido como inocente y pacífico independentismo catalán. La verdad o la mentira ya no importan, la ley es aguachirri, y únicamente la salida de empresas de Cataluña ha restado fuerza a estos irresponsables.

Ojalá me equivoque, nos equivoquemos, y la Generalitat acepte una oferta de negociación que no se merece. Lo suyo sería que Carles Puigdemont presentara hoy su dimisión ya que a todas luces no va a ser el presidente de la I República Catalana, esa «república internacional y sin fronteras» que nos anunciara la portavoz de la CUP, Anna Gabriel, sin llamarnos tontos al mismo tiempo ni nada. Mientras, cada vez más gente empieza a sentir que no la dejan seguir con su vida, que todo se paraliza en torno a este conflicto --y al final, si hay crisis económica por la inestabilidad, terminará afectando a toda España-- y nadie se acuerda de la pobreza, el foco ya no está sobre los corruptos, cuesta pararse a analizar los Presupuestos de la Junta de Andalucía, la gente sigue firmando contratos en precario de sueldos irrisorios... Y seguimos aquí, pasado el eje de octubre, comprando tomates para el gazpacho en este eterno verano de incendios arrasadores, de calor asfixiante, de lluvia inexistente y cosechas en peligro, de plásticos que arden durante cinco días bajo el sol de la campiña, de cambio climático en la puerta de nuestras casas. De verdad que, a estas alturas, no hemos conseguido entender el porqué de la necesidad de unos grupos políticos catalanes de imponer el independentismo por encima de la ley y de sus propios conciudadanos, la necesidad de esta movilización de pijos, y, visto que jamás lo entenderemos, lo que querríamos es que nos dejaran, por fin, dedicarnos a nuestras cosas, que sí son de verdad importantes.