Cada mañana cuando bajo caminando hacia el estresante trabajo, este que nos deja la mente exhausta a estas alturas y con menos sustancia que una ciruela pasa, aminoro el paso intencionadamente y casi de reojo me asomo a las 9:00 de la mañana a la vida que hay en el jardín de la residencia de la tercera edad por la que paso. Por cierto, que por más que le cambien el nombre y lo traten de dulcificar, sigue siendo «ese sitio» donde recluyen -otros- a los mayores, porque no creo que haya muchos por iniciativa propia. ¡Que importante es el libre albedrío y qué poco se valora, hasta que se pierde!

No sé si la vejez consiste en eso que veo cada mañana, en personas desvaídas que toman el cálido sol de la mañana sentadas unas al lado de otras, que no juntas, en un elocuente pacto de silencio como si ninguna se conociera.

En esta edad en la que me hallo, en la frontera de todo, muy pronto para morir, y muy tarde para empezar de nuevo, es cierto que resulta mucho peor ni siquiera llegar a aquello, porque de repente y sin esperarlo, de un día para otro, dejas de estar. Hace unos días ha dejado de estar un hombre valiente tras una enfermedad cruel que le llegó a destiempo, como siempre que llega. Un hombre recto, justo, con criterio, cosa escasa hoy en día, gran profesional, mejor marido y padre excepcional. Echaré de menos su opinión de cada viernes cuando a renglón seguido de estas reflexiones me llegaba su whatssap para explicarme con exquisita finura porqué no estaba de acuerdo conmigo, otras veces para aplaudir mi franqueza y hasta alguna para celebrar mis palabras. Siempre desde la reflexión y el respeto, desde el cariño, desde la amistad y hasta la complicidad que supone, por encima de todo, haber estado en alguno de esos momentos de la vida en donde, sencillamente, ambos estábamos.

Antes de que pierda la capacidad de elegir y de tomar mis propias decisiones, antes de que me pille a destiempo la de la guadaña, quiero dejar sobrada constancia de lo feliz que me haría buscar un sitio en donde en compañía de amigos y amigas poder reír juntos, discutir mis absurdas reflexiones o bailar, aunque fuera sentada; tomar el sol de la mañana «con» y no «al lado de»; no caer en el olvido porque haya quien me recuerde cuando yo no lo haga las cosas más absurdas de mi vida y que mi debilitada salud la pueda compartir y conllevar, al menos, con una amiga a mi lado.

Donde estés, llévate nuestro profundo cariño y respeto y no olviden los que aquí nos quedamos que no se trata de estar por estar, porque para tomar el sol de la mañana con un desconocido a tu lado, al menos yo prefiero tomarlo allí donde tú ya te hallas.

* Abogada