El primer día que vestí la toga sentí que era parte de mí, mucho más que una exigencia del guión, mucho más que mero atrezzo para alguien que además venía de una efímera carrera en el teatro que interrumpí definitivamente cuando mi madre me dijo un día, muy seria, «o dejas el teatro, o veremos a ver», después de espetarme «¡valiente titiritera!». De aquello hará en unos meses treinta y cinco años y desde entonces solo he dejado de ponerme la toga los meses de agosto de cada año y ahora durante el estado de alarma. Jamás tres meses seguidos.

Y ahora resulta que una vez reanudada la actividad judicial los abogados estamos exentos de vestir la toga hasta trascurridos tres meses del fin del estado de alarma, según el RD 16/20 de ?28 de abril, medida que incluso de antes venía ya adoptada desde la Presidencia de la Audiencia Provincial de Córdoba con el fin de evitar en lo posible la transmisión del coronavirus y el riesgo asociado al uso de las togas «de un cuerpo a otro».

Desde entonces, el servicio de préstamo de togas del Colegio de Abogados está suspendido, lo que no impide que el abogado que posea toga propia pueda seguir utilizándola, si lo desea. En los juicios que desde la reanudación de la actividad judicial he tenido, he seguido usando toga, mi toga, esa que hablaría sola si la dejaran, que conoce todos mis tics, mis miedos y mis tristezas, la soledad con la que se encara cada juicio, los éxitos y también tantas y tantas decepciones.

La cuestión está en que esta «nueva realidad» está dado como resultado que algunos de los abogados que comparecen en juicio sin toga, sin toga propia me refiero, o que aún teniéndola han optado por no ponérsela en juicio, están convirtiendo las salas de vistas en una prolongación del chiringuito de la playa con sus polos coloridos, las camisas sin mangas o los vestidos de lunares, y esto ha motivado hasta una justa llamada al orden del Colegio de Abogados, recordándonos a todos que estar dispensados del uso de la toga «no nos exime de adecuar nuestra indumentaria a la dignidad y prestigio de nuestra profesión y al respeto a la Justicia», tal y como establece el Estatuto de la Abogacía.

Quiero seguir usando la toga, quiero hacerlo aunque la nuestra sea sin puñetas, porque la mía es la que demanda justicia, seguir una tradición que dignifica la profesión sin la que la justicia no sería nada. La toga nos sitúa en estrados, nos da empaque, prestigio, respeto, tradición y el sentimiento de pertenencia a un grupo. La toga incluso nos iguala a todos, como a los niños los uniformes en los colegios de pago.

* Abogada