Hace un par de noches que duermo mal. La culpa la tiene la serie Chernobyl, la última creación de Craig Mazin, de la cual es director, guionista y director (curiosamente, lo fue también de la película Scary movie 3). No es la primera vez que me ocurre algo así. Me pasó con el primer capítulo de la segunda temporada de Black Mirror (y con algún otro). Y con dos terceras partes de los episodios de Breaking Bad. Es lo que tiene ver series antes de acostarte: a veces la historia te persigue en sueños. En las últimas noches se me ha aparecido Vasili, el bombero joven, recién casado, que tuvo la desgracia de participar en la extinción del incendio del reactor número 4 de la central nuclear soviética aquella noche fatal del 27 de abril de 1986. Sobrevivió apenas una semana a aquel último trabajo.

En realidad, yo ya conocía a Vasili. Su historia, narrada por su mujer, es una de las recogidas por la premio Nobel ucraniana Svetlana Alexiévich en un libro desgarrador y necesario, Voces de Chernóbil.

No es la única historia que ha traspasado el papel para llegar a la serie: ahí están también los liquidadores, los militares, los evacuados... un coro de voces reales que la autora recogió de entre la devastación nuclear. Aunque no consigo encontrar referencia a Alexiévich en los créditos de la serie de HBO, es obvio que las historias son las mismas. Se dice que se trata de una serie de terror basada en un terrible suceso del pasado. Como si Chernóbil quedara lejos. Sin embargo, si algo queda claro al verla es que todo lo contado sigue pavorosamente vigente. El poder sigue siendo estúpido y sigue queriendo engañarnos. Mantener un estatus político es más importante que conservar vidas humanas.

Los errores se repetirán porque los humanos somos falibles, como dejó claro Fukushima. Todos somos Vasili. Es por eso que la serie de Mazin resulta terrorífica. La explosión del reactor 4 nos licuó el futuro del mismo modo que a Vasili le licuó las células de todo el cuerpo. Sin que ni él ni nosotros nos diéramos cuenta.

* Escritora