E l prior de la comunidad benedictina del monasterio de Silos, Moisés Salgado, acaba de publicar un libro que lleva por título ¿Quién es el monje? (Monte Casino), en el que aborda con claridad literaria y unción monacal la identidad vocacional de los monjes y su estilo de vida. Todos sabemos que, especialmente en Europa, el cristianismo, y dentro de él la vida monástica, está pasando por un verdadero invierno, que exige a sus escasos seguidores una fe y una esperanza a toda prueba. «Nuestros monasterios no sólo no se acaban de llenar, subraya el padre Moisés, sino que se van vaciando cada vez más. No es un hecho que nos haga perder la paz en sentido absoluto, pero sí es un fenómeno que nos hace sufrir mucho. Sin embargo, en medio de este dolor e incertidumbre, disponemos de una roca segura a la que aferrarnos: la promesa misma de Dios, que no está dispuesto a abandonarnos. Lo que por nuestra parte ya no resulta tan seguro es el tipo de respuesta que vayamos a dar a esta crisis». ¿Qué nos dice el monje benedictino en su libro, con interés para el hombre de la calle, para los ciudadanos de a pie, para los buscadores de la verdad? Tres mensajes palpitantes. Primero, todos los hombres llevan dentro de sí un monje y, por ese mismo hecho, quedan emplazados a cultivarlo y desarrollarlo, por ser una dimensión constitutiva de su ser, que completa y perfecciona la totalidad del mismo. No todo el mundo puede o debe entrar en un monasterio, pero todo el mundo tiene una dimensión monástica que debería ser cultivada. Lo monacal es un constituyente, una parte, una dimensión del ser humano, un arquetipo. Segundo, todos los monacatos tienen una determinada concepción filosófico-religiosa del mundo, de la vida y del hombre. Como dijo Ortega y Gasset, no existe el hombre sin convicciones. Todos, hasta el más simple, poseen, aunque sea en la forma más rudimentaria, su propia filosofía de la vida, su propia metafísica. El monje no se resigna, como es el caso de la inmensa mayoría de los humanos, a meterse en el río de la vida y a dejarse arrastrar pasivamente como si de un barco de papel se tratara; no se resigna sin más a sufrir atolondradamente la experiencia de la caducidad, del vacío y de la muerte. Sí sabe que, inexorablemente, tiene que sufrir y morir, pero no consiente que sea la vida la que, como hoja al viento, lo zarandee y lo lleve de acá para allá. El monje quiere ser el protagonista de su vida, no su espectador. No está dispuesto a que la vida se ría de él, sino, en todo caso, a reírse él de la vida. ¿Cómo? Viviéndola no de forma recurrente como los animales irracionales, sino de la forma más consciente y reflexiva posible. En realidad, la vida del monje es una mofa a la vida irreflexiva y frívola, un desafío a su talante fraudulento, un grito que desenmascara su mentira. Con su estilo de vida, el monje grita la vida. Tercero, en el monasterio cristiano los monjes viven ante la mirada de Dios. San Benito permanecía, como cantan los monjes en su fiesta, en la tierra, y a la vez, moraba en el cielo. El monasterio está enraizado en el mundo, pero habita con Dios. La tarea del monje consiste en vivir esta tensión y mantenerse entre ambos polos. La segunda parte de su libro la dedica el autor a definir con amplitud y exactitud la silueta de un monje; y en la tercera parte nos expone «las conclusiones de un monje inquieto». Vale la pena adentrarse en mundos nuevos para descubrir luces nuevas.

* Sacerdote y periodista