Hay canciones desgarradoramente optimistas, esas que inesperadamente te hacen cambiar el rumbo de una mañana triste. Azzurro tiene ese consensuado privilegio, pues es difícil comprender cómo una letra que habla de la adelfa y el baobab sea coreada por millones de trasalpinos. Pero esta composición de Adriano Celentano es un golpe fresco de alegría, y entonar el pomeriggio te traslada a la suave armonía de los limonares de la Costa Amalfitana; o a la encorajinada esperanza de la Italia de posguerra, cuando había ladrones de bicicletas y un pulso por salir adelante.

Italia es nuestra mímesis; los balcones de ropa tendida que huelen a chascarrillo vecinal; la fiera mediterránea enjaulada en unos metros cuadrados de caceroladas y chiquillería que contemplan desde la melancolía de las ventanas ese sol que nos hace pedorretas. La imaginación se hace poderosa en el encierro, y tanto a Fray Luis de León como a José Martí, las musas no les abandonaron en las mazmorras. Pero de tanto invocar en la consola los finales apocalípticos, nos hemos topado con una plaga de serie B, una Amenaza de Andrómeda que vuelve a retar lo mejor de nosotros mismos. El contagio es un morboso juego de algoritmos, que se ríe de desprecios y talismanes, y enrasa a timoratos, a españolazos y a quienes, sin bata de cola, se subieron al tigre morado de la imprudencia. Con todo, el coronavirus vuelve a mostrar esa constante española de crecernos ante las desgracias, como si ese Galdós centenario insuflase la épica de los sitios de Zaragoza.

Me he acordado mucho estos días de las últimas vidrieras de la Abadía de Westminster, las que sustituyeron los profetas bíblicos bombardeados por la Luftwaffe por ese santoral de pilotos de la RAF que ganaron la batalla de Inglaterra. Nuestras próximas vidrieras deberán dejar un hueco en las plomadas a los fonendos, por todo ese batallón de sanitarios que dan un paso al frente, sabiendo a lo que se enfrentan. El confinamiento también llega a Palacio. A una reina que contempla en los cristales bajo la lluvia la desazón de unos tiempos turbulentos. La incertidumbre de imaginar a Leonor en el trono, la perturbación de ese sueño por esa querencia de los Borbones de participar en otra Canción de Hielo y Fuego. Por el sarcasmo de que la ministra de Igualdad, tan distante a la Corona, haya podido contagiar a una Reina republicana.

Los Juicios Finales también se aprestan a sucedáneos. El civismo tiene que ser la validación de la ciudadanía española. Es el momento de contrastar lo mejor de nosotros mismos, donde aflorarán los egos y las mezquindades, como los que pueden observar en el patógeno una buena oportunidad de separarse de España. Y las banderillas al Gobierno, más tarde. Ahora se trata de agarrarse a la cohesión para sacar este país hacia adelante.

* Abogado