Voy a empezar con una frase del gran Thomas Edison que dice: «No he fracasado. He encontrado 10 mil formas que no funcionan». ¡Qué diría ahora, que no son diez mil formas, sino que no funciona nada! Todo es una barbaridad. Todo son llamadas y contestaciones grabadas que piden datos y más datos y cuando esperas alguna respuesta, se corta. No hay forma de hablar con personas de carne y hueso y si cae la breva y lo consigues, te dice que allí no es el lugar indicado. Te da otro número que cuando consigues hablar, si es que lo consigues, te remite al primero. Es tremendo pedir una cita, una autorización, un simple documento necesario, una información, etc. Y hoy día, cuando con el progreso se debían haber simplificado todo tipo de operaciones, resulta una auténtica aventura marcar un número en el móvil porque si la voz inalámbrica dice algo viene a ser algo así como el tiempo de espera es superior a cinco minutos. Minutos que tienes que pagar en euros, pero cuando la torturante musiquilla de espera parece aflojar y uno respira en la creencia de que va a ser atendido, vuelve la voz de nadie remitiéndote a la aplicación: la aplicación no resuelve nada porque lo que tú precisas no está incluido en ese mágico y milagroso menú que te ofrece. Mi padre, director de Banesto toda su vida, resolvía todos los problemas de los clientes a pie de ventanilla y con sumo agrado. Hoy, me decía un amigo, y lo sé también por experiencia, que estaba arreglando unos asuntos urgentes y llevaba días y horas perdidas porque, o estaba cerrada la oficina, o con esto del covid, con la ventanilla cerrada, piden que resuelvas el papeleo telemáticamente. Yo creo que los lectores de este artículo saben de sobra de qué hablo, y la apalabra telemática se ha impuesto en empresas y oficinas, cuando todavía la mayoría del personal no está preparado ni tiene los medios. No, no es fracaso nuestro: es que las cosas no funcionan.

* Maestra y escritora