De un tiempo a esta parte vengo escuchando que la palabra relato --el relato dicen los cursis-- ha tomado un vuelo inhabitual hasta ahora en el uso y abuso del lenguaje cotidiano, especialmente en el que se maneja en los medios de comunicación. Todo es relato, ya sea en la retransmisión de un acontecimiento deportivo, la crónica parlamentaria, las veleidades del gobierno catalán y su independentismo o en los cronicones que van llegando de la desbandada en la «madrugá» sevillana. No me explico cómo hemos podido conocer la realidad que nos circunda y contarla sin atender al relato.Tampoco sé dónde comenzó esta moda o modismo de suplantar sustantivos como noticia, información, idea, realidad, discurso, narración o explicación de los hechos por relato. Hace tiempo que comencé a oír «el relato de la actualidad» como slogan promocional del canal de Noticias 24 horas, pero dado que este canal de RTVE es minoritario dudo yo que estuviera aquí el origen de la relatitis que aflora a todas horas y en todas las tertulias. Hasta el editorial de un periódico de tirada nacional tituló hace unos días «No equivocar el relato» para explicar el supuesto desarme de ETA. También he leído «el relato de Otegui», y a raíz de la última tragedia de una patera frente a las costas de Almería he escuchado en la radio «el estremecedor relato de la emigración», y así sucesivamente dale que dale. Lo cual le viene muy bien a los políticos que siempre prefieren utilizar cuentos y chascarrillos en lugar de ideas con fuerza y asentadas en hechos y datos. En cambio, el relato se viene utilizando como una manera de superficializar la vida y dar una visión agradable de lo acontecimientos; o sea, el cuento que siempre es más dulce que la miel. Una vez más no son los hechos los que hablan por sí solos, por sus obras los conoceréis y obras son amores se nos dijo, mas ahora lo que importa es cómo se cuenta, cómo se narra, cómo se distorsiona la historia. Será mejor que lo cuentes bien, dicen los coachings en su lección número uno, porque nos quieren hacer ver que no es lo primordial el hecho en sí sino el cómo se cuenta. En muchas ocasiones hemos escuchado a políticos lamentarse de no haber sabido explicar lo mucho que hacían por los ciudadanos, sus desvelos y sacrificios, y fue entonces cuando llegaron los portavoces, los contadores de fábulas, los relatores de una realidad inexistente que los votantes no supieron ver. Una vez más he aquí «el retablo de las maravillas» de Cervantes, luego transformado en «El rey desnudo» de Andersen, o el «cuento del alfajor» que decimos por esta tierra cuando nos quieren camelar con el cuento del relato.

* Periodista