Dos semanas después de la sentencia de La Manada la indignación de las mujeres sigue en el punto de ebullición. Quiero creer que saldrá algo bueno de todo esto y más sustancioso que el oportunismo de cazar votos feministas a un año de las próximas elecciones y con unas encuestas reñidas. El pasado jueves, Mariano Rajoy aparcó su habitual «no nos metamos en líos» para exhibir un insólito discurso feminista, preocupado por la víctima, el techo de cristal y la brecha salarial.

Ahora que las mujeres nos hemos convertido en un atractivo granero de votos, junto a patriotas y pensionistas, me gustará ver los esfuerzos de Ciudadanos para ponerse ultravioletas. Espero que el PSOE desempolve las fuerzas vivas del feminismo entre sus militantes y que hicieron de ZP el presidente más feminista de la historia, y Podemos empiece a acompañar el femenino de sus sustantivos con algo más de sustancia feminista en sus proyectos políticos.

La Manada nos ha enfrentado a una imagen bochornosa de nuestra sociedad, hombres corrientes, jaleados en sus cacerías sexuales por hombres como ellos, aplaudidos y apoyados por machotes empeñados en seguir violando a su víctima, esta vez difundiendo su identidad protegida. El forocochismo en toda su crudeza carga de razones a las mujeres hartas de tener que soportar ser enjuiciadas por sus actitudes o sus comportamientos cuando son las víctimas de una violencia sexual y estructural.

El sexo sin consentimiento es violación, como reconocen nueve países europeos, entre los que no está el nuestro, que desde 1995 evalúa los delitos sexuales en función del grado de fuerza o violencia empleados para cometerlos, como si una mujer pudiera ser solo un poquito violada, en función de su resistencia. Hay que hacer una revisión profunda de cómo se juzgan e investigan los delitos sexuales y no está mal que la comisión que debe estudiarlo empiece reconociendo que esto no se hace con la punta del nabo y logre una representación paritaria de mujeres para llevarlo a cabo.

* Periodista