Pues eso, tirarle de los bigotes a la justicia y fugarse para no pillar rasca parece ser que es la moda o modus operandi de algunos y algunas de los que les vendían a los votantes independentistas aquello de contigo pan y cebolla. Ahí está el archiconocido por los mejillones bruselenses, Puigdemont y su troupe; y ahora Anna Gabriel, la del flequillo a la CUP. Esta se ha ido a Suiza. Por supuesto, cuando uno se va a Suiza y deja todo atrás, y no para buscarse la vida allí, sino para, como ella dice, internacionalizar el conflicto, o sea, necesita mucha pasta. Pueda que ella la tenga, cuestión en la que no debemos entrar nadie, pues cada uno hace con su dinero lo que le parece, pero claro, aquí hay una cuestión de coherencia, de estética, de decoro. Fugarse o insinuar que uno se va a fugar no corresponde con alguien que da a entender que su ideología se basa es una especie de radicalismo romántico, en este caso aplicado al nacionalismo. Fugarse no es nada radical, lo radical, lo ejemplarizante para aquellos que esperan llevar una hipotética injusticia a sus extremos es hacerse esa hipotética víctima que ponga de manifiesto en su caso la injusticia. Por supuesto, estamos en plan retórico, pues nada de eso tiene que ver con la realidad de un Estado de Derecho, pero conviene poner las cosas en su sitio. Cuando uno no está jugando a hacerse el héroe, sino que está convencido que tiene razón y que su causa es justa, se entrega para sustanciar y dar valor a su ideología y de paso ofrecer una justificación moral de lucha a los que le siguen. Pero cuando no tiene una ideología que se justifique ni por el estilo de vida del que la proclama, ni exista un agravio ilegal o injusto en el lugar en el que la proclama, lo que está haciendo es jugar a los héroes. Y cuando uno hace esto y lo pillan y va al trullo es como mínimo un lerdo, o si lo hace y se las pira y se escapa es un cara. La democracia y el Estado de Derecho tienen eso, que no dejan a nadie sin el papel que le corresponde.

* Mediador y coach