Cuando yo era un niño, en mi pueblo los santos iban a ruedas. Detrás de los nazarenos, del séquito oficial y del paso, iba Juan el Titi con la ayuda de su sobrino empujando el artefacto que permitía el embrujo de ver aparecer al Cautivo deslizándose sobre el asfalto a los sones de la banda de música que cerraba la procesión detrás del cura que, a su vez, iba detrás del manijero del carrito que sustentaba la efigie de la Pasión. Cuando yo era un niño, solo la Virgen de Luna, patrona de mi pueblo, salía en procesión porteada por hombres que se disputaban el honor de llevarla sobre sus hombros. La procesión era austera, silenciosa, más bien tirando a tétrica, y sobre todo rápida. Cuando alguna vez encallaba una rueda del paso, se empinaba la subida en la cuesta arriba o se embalaba en la bajada, el Titi comenzaba a soltar cristos y coronas y derribaba de una parrafada toda la corte celestial. Era entonces Don Francisco, cura a la antigua, el que templaba tan irreverente situación con solo llamar al Titi por su nombre: «Juan, tranquilo, Juan», y éste enderezaba el manubrio, salvaba el bache, echaba el resto y salía del trance sin que nadie se diera cuenta de que la procesión había estado a un tris de hacer un tras. Entonces el cura respiraba y decía: adelante con los faroles. Esto ocurría hace muchos años, cuando yo era un niño, pues ahora en mi pueblo, y sospecho que en tantos de Andalucía, la Semana Santa se ha convertido en un remedo de la de Sevilla. Desde hace unos años en mi pueblo los santos ya no van a ruedas, ahora existen varias cuadrillas de costaleros, cuando aquí jamás imaginamos que un costal pudiera ser otra cosa que un saco grande donde los aceituneros cargaban el hato para la temporada de la aceituna. Han importado e impostado un lenguaje cofrade que la gente utiliza como de toda la vida, «levantá», «chicotá», «capataz», «carrera oficial», «papeleta de sitio» y un sin fin de abalorios y alamares con los que se pretende arraigar una celebración que aquí, en la Andalucía fronteriza entre manchega y extremeña, jamás existió. Insisto, tal universalización de la sevillanía semanasantera no es exclusiva de mi pueblo pues hasta en Málaga, donde su obsesión es diferenciarse de lo sevillí, se han dejado ir aunque allí llamen tronos a lo que en Sevilla llaman pasos, esa es la única diferencia, el fervor cofradiero es el mismo y va a más, pero las iglesias también están vacías fuera de la Cuaresma. Y qué decir de Córdoba, donde no hace tanto los pasos iban a ruedas o se quedaban en el atrio por falta de brazos de carga. Alguien debería estudiar qué nos ha pasado para este alumbramiento y deslumbramiento por Semana Santa, que ya hubiera querido la Contrarreforma.

* Periodista