La pancarta reza así: Tenemos 406 profesores. Con doctorado (no sabemos si son buenos profesores) pero tienen doctorado. Es una foto de la Universidad de los Andes en Colombia y acompaña una aguda reflexión de Jorge Montaña en la web Foro Alfa.

Como se ve, los problemas universitarios cruzan océanos. Aquí, desde el plan Bolonia, vivimos este drama: universidades que se ven obligadas a contratar doctores y que prescinden de buenos profesionales docentes porque carecen del título para poder dar clases. El tema es doloroso en general, pero en las carreras creativas (si es que hay alguna que no lo sea) es lacerante. Mi generación tuvo la suerte de que los mejores arquitectos y diseñadores gustaban dedicar horas a la docencia. Ahora los nuevos valores apenas pisan las facultades. Era un intercambio positivo para el oficio, un lujo para nosotros y un honor para la universidad.

Antonio Gaudí hablaba poco, pero cuando lo hacía, la clavaba. Dijo que un arquitecto solo avanza usando sus dos piernas, una es la de la teoría y otra la de la práctica. Y si las dos no se acompasan, se cojea. Pero la hiperespecialización tan magnificada en nuestra sociedad no sabe de armonía. O erudito manco, o manitas cateto. El resultado es una universidad cada vez más endogámica, incluso opuesta a veces a la praxis profesional. Y viceversa.

Un claro síntoma de este derrapaje del sentido común son las tesis para un doctorado. El lenguaje supuestamente académico acaba convertido en un galimatías. Engendros hilvanados a base de recorta y pega. Si no se entienden parecen mejores. Seguro que hay espacio para un nuevo modo de enseñanza integrador y vivencial, que sepa mancharse en el fango profesional manteniendo también altos vuelos mentales. Pero seguramente sería ilegal. Ya no hay espacio para una Bauhaus, ni Ulms, ni Einas.

Tenemos 83 universidades en España, todas cumplen con las normativas europeas (no sabemos si son buenas universidades), pero cumplen con las normativas europeas.

* Arquitecto