Han vuelto a pasar por televisión la memorable película Tierras de penumbras, y no dejo de sentirme enardecido con las palabras del estoico profesor, pronunciadas desde la elevación sagrada de un púlpito, en el ámbito gótico de la Universidad de Oxford: «Somos como un trozo de piedra en manos de un escultor sobre la que él va cincelando, golpe a golpe, la imagen del hombre: Esos golpes de su buril, que tanto dolor nos causan, nos hacen también perfectos». Un pensamiento positivo para ensanchar el alma, y para darle validez auto-realizadora a las adversidades, desventuras, crisis, y reveses, que, a lo largo de nuestra vida, en tantos momentos nos acosan, nos aterran, nos revuelcan y, tantas veces, hasta nos aniquilan...

Esta idea me ha hecho recordar que, según he leído, en las escrituras «pictográficas» (no sé si la china o la japonesa, o alguna otra) el concepto de crisis (en sus múltiples acepciones) se suele representar con dos signos gráficos: uno que representa al daño, y otro que significa oportunidad... Expresan la convicción de que desde cualquier daño (sea psíquico, corporal, o moral), que lo estemos padeciendo o que nos amenace, se puede estimular, desarrollar y lograr algo que nos proporcione la oportunidad de ser mejores, y que nos ayude a progresar.

Y, también en esta línea de pensamiento, tuve ocasión de leer que, en algún lugar del Japón antiguo, existió una artesanía para reparar objetos y piezas dañadas, destrozadas o rotas. Trabajaban desde la sabia convicción de que una vez reparados lograrían quedarse más resistentes y más valiosos. Y para conseguirlo, suturaban y reparaban las piezas dañadas con una amalgama de oro y plata fundidos...

Ayer, entre los muchos whatsaps que intercambiamos, recibí uno muy escueto, pero especialmente conmovedor: «El virus del hambre mata cada día, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, a ocho mil quinientos niños y niñas en el mundo, y uno de cada nueve habitantes del planeta la padece... Pero tenemos, hasta de sobra, la vacuna para remediarlo. Se llama: comida». (Acompañaba a este texto una imagen fotográfica estremecedora: un niño famélico, en harapos, recoge ansiosamente del suelo restos de comida tirada que se lleva a la boca).

Si de esta experiencia del coronavirus sacáramos también la consciencia y la sensibilidad de este aterrador problema humanitario, con la resolución de solucionarlo definitivamente, igual que se está haciendo -y tenemos la certeza de lograrlo- frente a esta inesperada y amenazadora pandemia, sin escatimar ningún recurso técnico, económico o profesional, desde la responsabilidad conjugada y anudada entre todos los países, los gobiernos y las asociaciones de todo el mundo, la Humanidad entera habrá dado un paso adelante, el más importante, más colosal y más urgente de su historia. Y cada persona individual, hermano o hermana habitante de nuestro Planeta, habremos suturado las heridas de nuestra particular historia, con un hilo moral de oro y plata restaurador de nuestra humana dignidad existencial.

* De la Real Academia