Me mira impasible pasar por los días, otra primavera, otro mayo, otro verano, otra lluvia, otro cielo. Nunca veré la misma nube. Nunca volverá el mismo amanecer. Soy yo quien se va alejando y alejando por un camino que es solo mío; nació conmigo y morirá conmigo; miro hacia atrás y veo cómo se cierra tras de mí. Me quedaré sin nada. Miro hacia dentro y ya no distingo a las personas que me amaron; oigo su adiós lejos y más lejos. No puedo detenerme. A poco que busco descansar, vuelve a anochecer, vuelve otro adiós, otra tarde, otros ojos que se cierran para no abrirse nunca más. Busco mis manos y también me dicen adiós; el niño que no sé ya si fui yo alguna vez; la juventud y mi sonrisa. Ahora se asoma mi vejez; me saluda; me pregunta qué será de mis pasos, mis ojos velados, mi voz de nuevo niña en mi garganta tan cansada; mis pensamientos, emborronados en una niebla que nació conmigo. ¿Dónde quedó mi pelo? No supe que tras él brotaban estas canas. Mi piel se encoje de cansancio. Veo una calle, una plaza, dos enamorados; mi amor, que se aleja y se aleja hasta decirme que solo fue otro sueño, aquel sueño que tuve alguna vez en que creí que el tiempo me dejaría vivir. ¿Por qué caí en el engaño de la inmortalidad? Los hijos que no tuve, las palabras que no dije, los besos que perdí en el viento. Ahora es el silencio, el insomnio, ansiar un lecho en paz, más allá de la melancolía; descansar de creer; simplemente dejar por fin que mis ojos se cierren, y no mirar más el tiempo ni su soledad; dejar que pasen todos los pájaros de la tarde, todos los pétalos de las rosas; encontrar la serenidad de no aferrarme a nada, de no regresar a nada; solo ser mi tiempo, que se consume sin suspirar siquiera, ni un nombre, ni una huella en otro corazón, ni otra despedida; ningún nuevo lugar al que llegar tras el anochecer, para otro nuevo adiós y otro horizonte que nunca alcanzaré, y siempre más allá y más allá. Se secarán todos mis oasis. Me busco en las fotografías y ya no estoy. Un desconocido me mira desde ellas, me pregunta algo que ya no puedo oír. No sé dónde se encuentran los lugares que guardo en mi memoria. Olvido lo que quisiera decir para no sentirme abandonado. Y, sin embargo, deseo seguir soñando que llegaré a unas felices horas que no acabarán jamás.

* Escritor