Las vacaciones de veranos no son una mera opción, sino algo hondamente necesario. El problema más habitual de casi todos los veranos es que no sabemos a ciencia cierta de qué forma gastar el tiempo libre que nos traen las vacaciones. Ciertamente hay mucho mar, pero siempre es el mismo mar; hay muchas montañas, pero siempre cuesta arriba; hay muchos pueblos interesantes, pero una vez que se les visita lo que sucede es que ya no nos dicen nada. Yo creo que lo mejor de todo es hacer de nuestras vacaciones un tiempo fecundo y exquisito como es leyendo un buen libro, charlar, buscar grata y serena compañía, pasear, un encuentro privilegiado con nosotros mismos, con la naturaleza, con Dios y, sobre todo, dedicarle mucho tiempo a la familia. Huyamos de la monotonía veraniega y pongamos más atención a las cuestiones profundas que nos puedan facilitar un buen descanso veraniego.