Sucede que en cada ocasión, en cada época del año nos acoplamos exactamente a lo que toca, y en estos días son las rebajas, las gangas lo que no solo toca sino que nos descolocan y vemos lo que deseamos ver. Si hay rebajas, vemos rebajas aunque tan solo se trate en ellas de céntimo arriba, céntimo abajo. La cuestión es buscar la mejor ganga y hacernos con ella a codazos pero todo se da por bueno con tal de sentirnos felices con nuestras rebajas en el bolsillo. Pero he aquí que alguien dijo que el ser humano es calderilla, que nuestra alma está hecha de monedas pequeñas, y la ganga de las gangas, la felicidad, anda siempre con el precio por los suelos, dándose la paradoja de que la buscamos a tan alto costo que no la encontramos. Sí, porque la felicidad no es agua caída del cielo que un día nos llegue regalada y etiquetada a nuestro nombre y cambie nuestras vidas haciéndonos ricos, poderosos, influyentes, etc. La felicidad es ante todo una actitud, un arte que bien se puede calibrar en céntimos, porque podemos encontrarla, a pesar del inamovible y alto precio que le adjudicamos, en las cosas más pequeñas, más «baratas» de la vida, si bien son momentos fugaces que se suceden en el vaivén de nuestras rutinas: un encuentro, un paseo, una sonrisa, también esa prenda rebajada... ¡Cuántos céntimos de felicidad despreciamos esperando obtenerla cuando consigamos milagrosamente lo que no tenemos y que por lo general no llega porque ese precio sí que no admite rebajas! El hombre feliz no tenía camisa; ni tan siquiera sabía que existiesen. No, no podía prestar su felicidad; es un bien intransferible. Por ello no salgamos a comprar felicidad cara, salgamos a encontrar, a cada paso, felicidad rebajada en las cosas sencillas y hasta simples que nos rodean porque la felicidad no es un destino sino un camino que, como todos, se hace al andar.

* Maestra y escritora