Cristina Cifuentes ha dicho que «el tiempo de los corruptos ha llegado a su fin en la Comunidad de Madrid». Es una afirmación un tanto arriesgada, teniendo en cuenta el ritmo de bajas que lleva el PP autonómico durante los últimos meses. Además, el alcance de la operación Lezo es en este momento imprevisible. No solo por lo que hace referencia a los negocios que pudo poner en marcha Ignacio González sirviéndose de su cargo, sino por la parte que se refiere a la presunta financiación ilegal del PP de Madrid. Y porque no sabemos qué papeles guardaba el expresidente de la comunidad y si estos están ya en manos de los investigadores después de los registros. Y porque si González se creía a salvo en su despacho y resulta que la estancia estaba sembrada de micrófonos, de ahí puede salir de todo, incluso políticamente hablando.

Lo que es evidente es que Cifuentes aparece, después de colaborar con la fiscalía, como la persona llamada a regenerar el PP de Madrid. Esto tiene varias lecturas. La primera, la que hacen Esperanza Aguirre o sus ranas, es que ella no es una recién llegada, sino que estaba ya ahí con Alianza Popular. Siempre ha estado ahí y, por lo tanto, no puede ser completamente ajena a los tejemanejes que se traían sus dirigentes. Además, todos creen que Cifuentes, al margen de que no tenía opción de tapar nada una vez que le pidieron los documentos, alberga una inquina personal hacia González. Política quizá también, de cuando ambos querían ser candidatos a la presidencia de Madrid. Pero personal -sostiene el sector crítico-, seguro. Con él y con Esperanza Aguirre, de la que se ha despedido primero con un comunicado plagado de reproches y después con un mensaje de móvil.

La segunda lectura, la que se hace en la sede central del partido, es que si no consiguen establecer un cordón sanitario en torno a Cifuentes, se pondrá en riesgo la propia supervivencia del PP autonómico como alternativa de gobierno. Porque tienen que exhibir a alguien a quien puedan presentar, con la que está cayendo, como limpio de polvo y paja para armar el discurso de que en Madrid no han sido todos iguales.

Si en Génova logran que las personas de confianza de Cifuentes terminen la legislatura sin problemas judiciales y logran que cale entre los votantes que ella es diferente, se abrirá otra guerra no menor: la de los compañeros de partido, siempre mucho más peligrosos que la oposición. No hay nada como tener buena prensa para que se despierten los instintos asesinos de los propios.

Es verdad que, por lo que parece, Mariano Rajoy no tiene prisa por jubilarse y mudarse a Pontevedra a jugar a la petanca. Pero los que aspiran siempre están ahí, al acecho. Y tres, también aquí, son multitud.

* Periodista