La calle María Cristina, de Córdoba, es ahora como el escaparate del siglo XXI, un tiempo en el que como todo se mueve tan rápido te da hasta pereza preguntarte por qué ocurren las cosas. Al lado del gran templo romano de la ciudad los amantes de la conversación, de la cita, de las costumbres han utilizado la hora del mediodía o de la noche para tomarse un amargoso, o una cerveza, en la Taberna El Gallo, un espacio que incorporamos a nuestro currículum desde aquellos tiempos en que nos comprábamos por la zona bocatas de mejillones. Cuando éramos casi niños, recién venidos a la ciudad para aprender a comportarnos en la vida y el tiempo era tan lento que te daba una ocasión para jugar al fútbol, estudiar, leer alguna novela y hasta tener pensamientos heterodoxos para el confesionario, echábamos unos futbolines en la calle Alfaros y luego, en el bar El Caballo Blanco, también en la calle María Cristina, nos comprábamos el bocadillo de mejillones, un manjar que se asentó en nuestra memoria para siempre. Eran aquellos tiempos en que leíamos la revista Fans y descubrimos la melena de los Beatles, cuando todo era tan lento que a veces los días nos parecían siglos. Como quizá le pueda estar ocurriendo a los camareros de la taberna El Gallo --al lado del mesón El Rincón, cerrados hoy los dos establecimientos al mediodía--, patrimonio cultural como reza una placa en su puerta, con el vino amargoso como reclamo, acostumbrados a un tiempo en que la parsimonia incluso era arte. El siglo XXI tendrá mucha sabiduría cibernética y capacidad para inventar al día siguiente lo que ayer fue imposible. Pero no ha sabido crear la amnesia de la crueldad. Dicen que tras la muerte de la dueña de la taberna El Gallo el futuro del local es incierto. Camareros de edad avanzada en la seguridad social y cotizaciones para el futuro suponen para la insensibilidad laboral del siglo XXI no un atractivo turístico sino un amargo trago. El miércoles al mediodía la calle María Cristina vivía en el olvido de la soledad, sólo con el ruido de los coches. Que la velocidad del siglo XXI no condene a su taberna El Gallo, un espacio junto al templo, a un tiempo amargoso.