Expresemos hoy dos certezas. Una, la belleza del lenguaje, su fuerza, su capacidad de ordenar la inteligencia, las emociones y la relación entre los seres humanos. Otra, el feminismo como opción ética obligada para la construcción de un mundo más justo.

Ahí están, hermosas y, ahora, irreconciliables. Está bien que se zarandeen las cabezas con nuevas preguntas, está bien que todo evolucione, es indispensable aceptar que el mundo cambia, es preciso incomodar los espíritus para avanzar, pero... ¿Se puede ser feminista y convivir con el masculino genérico? ¿Se puede aborrecer, especialmente al escucharlo de algunos labios falsos y cerriles pero políticamente correctos, el todos y todas somos ciudadanía e infancia para eludir el genérico ciudadanos y niños? Sí, es verdad, el lenguaje expresa el mundo hecho a imagen de los varones y esta liza persigue hacer visibles a las mujeres. De hecho, empiezo a no ver a las niñas en la frase «vamos, niños, al cole», pero antes, de verdad, se lo juro a ustedes que las veía, estaban ahí, en ese «niños» que ahora hay que llamar «infancia». Ay. Qué lucha entre la estética y la ética, entre mis escritores (el masculino incluye a Fred Vargas y Ana Mª Matute) favoritos y el lenguaje de género. Ahora le va a tocar a la Constitución (o Constituciona). Otro debate complejo. Dice Pérez Reverte que, de hacerse, dejará la RAE. Pues no, señor, no le queda a usted sino batirse. Yo no entraré en esa lucha. Estoy entre los tibios (y tibias), pero sufro mucho.