Los poderosos de siempre (ahora el muro y la maza se llama patriarcado) se resisten generación tras generación a aceptar los cambios, incluso cuando son palpables y parecen irreversibles. Religiones (con sus iglesias), reyes (con sus mesnadas), ideologías (con sus verdades) y capital (con sus riquezas) se colocan en el pedestal más alto para vigilar que el amanecer sea siempre el mismo y los días inmutables. Todos se pertrechan de argumentos prestados por sus mandarines con los que justifican la inmutabilidad de las cosas, pues es ahí donde se encuentra la esencia de su dominio.

Claro que desde hace décadas (los griegos ya lo anticiparon) sabemos que lo único inmutable, por ahora, es el giro de la tierra sobre sí misma y ese ejercicio hipnótico de traslación que perpetúa entorno al sol. Todo lo demás muta, cambia. También las sociedades y los hombres.

Desde que los más sabios y osados arrancaron las máscaras de los rostros de algunos poderosos y observaron que bastantes de ellos tenían la cara corrompida por la lepra como el rey Balduino de Jerusalén, el hombre comienza a sospechar, primero, a dudar, después, y descreer siempre de buena parte de lo escrito antes. El mundo inicia así una carrera de liberación a partir del siglo XVIII que no ha terminado y durará por los siglos de los siglos.

Ahora la batalla más decisiva y excitante es la lucha por la igualdad que libran las mujeres, y muchos hombres, en el mundo. Su impacto en España viene siendo tan fenomenal (el 8M del pasado año fue todo un acontecimiento ciudadano y, por tanto, político) que lleva a los que no quieren, o quizás ya no puedan, cabalgar en tamaña carrera, a su descalificación (feminazis) y combate.

Así, la derecha política decidió no acompañar las movilizaciones habidas el pasado viernes 8 e incluso enseñó, de manera improvisada y casi ilusa, otros caminos de progreso para la mujer que Ciudadanos llama feminismo liberal. Por cierto, este partido, dizque de derecha moderna, desde el principio no entró con buen pie en este movimiento donde encontramos tantas mujeres que han adquirido una inmensa experiencia y plenas de olfato.

Es verdad, no obstante, que el movimiento feminista es tan enorme que no cabe en una sola voz y no se puede representar en una sola palabra. Las ambiciones de las mujeres son múltiples y algunas de ellas se contradicen. Tampoco existe una prelación y orden en los objetivos lo que contribuye en numerosas ocasiones a la confusión y que haya discrepancias entre ellas. Son fisuras por las que se cuelan quienes pretenden derretir este movimiento.

No obstante, existen dos muros que las une y sostiene a todas: la búsqueda de la igualdad con el hombre y la solidaridad de las más maduras con el arrollador empuje de las jóvenes. Todo empezó con las sufragistas; ahora se trata de la equiparación en todo con el hombre. Han descubierto que la única diferencia esencial que mantiene con el varón (y que las limita) es que ellas paren. Hasta que no vadeen ese gran rio que las diferencia de ellos no pararán.

* Periodista