Mientras el mundo seguía con el alma en vilo el rescate de los niños atrapados en una cueva de Tailandia, el fundador de Tesla, Elon Musk, quiso aprovechar ese extraordinario foco mediático. A medida que pasaban las horas se iban conociendo los detalles de la compleja operación. Entonces, Musk informó de la creación de un minisubmarino para los pequeños atrapados. Primero llegó el anuncio, después las imágenes de las pruebas en una piscina y, más tarde, el viaje a la cueva del propio Musk con su artilugio. Para entonces, ya era del dominio público los recodos por los que debían circular los buzos, imposible que el artefacto sirviera para nada, pero, ¿cómo no seguir aprovechando aquella extraordinaria campaña publicitaria a coste ínfimo? La humildad no va con Musk. Hasta el punto de acusar de pedófilo al espeleólogo británico que fue clave en el rescate y que rechazó con contundencia el artilugio: «Se puede meter el submarino por donde duele». Después, Musk se disculpó. De corazón o al contemplar cómo las acciones de Tesla caían. Resulta difícil creer en la bondad inicial de toda la operación. Hacerla pública desde el inicio y desarrollar el aparato sin ponerse en contacto con quienes debían usarlo no ayuda a creer en su altruismo. La anécdota da para reflexionar sobre el espacio mediático que se destina gratis a acciones publicitarias.

* Escritora