Los politólogos la llaman «moción de censura constructiva». La presentada por Pedro Sánchez, el político que creíamos desahuciado por no hacer frente a sus hipotecas, ha concluido en un gobierno íntegramente socialista, saludado con abundantes aplausos nacionales e internacionales. Un gobierno de numerosas ministras que se acerca al gineceo, aquella casa griega habitada por mujeres. Todo, aún siendo metáfora, muy parecido a un terremoto de alta intensidad en la escala Richter, con efectos colaterales y un rosario de réplicas que solo acaban de empezar.

Los damnificados, en vez de terremoto, que es su exacto nombre de pila, lo llaman golpe bajo, acción torticera, burla antidemocrática, puñalada trapera, felonía de perdedores y un cúmulo de lindezas contra natura. Sí, contra natura porque la verdadera naturaleza de lo sucedido es el escrupuloso cumplimiento de lo preceptuado en el artículo 113 de la Constitución, extraído, como el 155, de la Ley Fundamental de Bonn que rige en la República Federal Alemana. Una manera legítima de expulsar del poder al partido que lo usufructuaba ---casi siempre el que fue más votado--, cuando la mayoría parlamentaria estima que el Gobierno ha perdido la confianza obtenida el día de la investidura y debe ser reemplazado. La realidad jurídica es así y resulta cosa de ventajistas alabar los artículos que gustan de la Constitución y repudiar los que desagradan. Mismamente lo que hacen, determinados Hernandos conservadores con las sentencias judiciales.

Los terremotos inesperados producen, como es comprensible, un gran desasosiego a quienes habitaban confortablemente en el epicentro del poder, porque de golpe y porrazo se encuentran igual que los títeres sin cabeza. Gentes que, a veces --la historia lo corrobora--, suelen comportarse, en tales momentos, como reaccionarios de raza. Está comprobado que si le quitas el juguete con el que vivían entretenidos, se muestran tan irascibles como los niños malcriados en semejantes circunstancias, llegando incluso a preferir que el juguete se rompa antes de perderlo; y salga el sol por Antequera.

Como los terremotos devastadores suelen tener varias réplicas los días siguientes, éstas no se hicieron esperar. La primera la desempeñó Aznar; el Aznar látigo de González; el Aznar gran estadista, partícipe de la bélica decisión mentirosa de las Azores; el Aznar heroico reconquistador del peñasco llamado Perejil; el diminuto Aznarín para la pluma afilada de Paco Umbral. En definitiva, el Aznar glorioso y providencial ha protagonizado, a las pocas horas del seísmo que desencadenó Sánchez, una de sus bromas más desaboridas. Con cara de actor de cine mudo cabreado se postuló para, en estos momentos de temblores catastróficos, volver a la primera fila de la acción política pues, solo acudiendo a su sabiduría y experiencia contrastadas, se puede salvar al centro derecha --Aznar siempre cambia el nombre a la derecha más dura-- de la ruina inminente ocasionada por el discípulo rebelde que gobernó como lo hubiera hecho don Tancredo.

A esta réplica inmediata pueden suceder otras más distanciadas pero igualmente demoledoras. Ya hay quienes intuyen que el defenestrado presidente puede inquietarse si, ahora que le sobra tiempo, lee con detenimiento el auto de procesamiento del expresidente andaluz Chaves que, por el asunto de los ERE --de consistencia distinta a Gürtel, pero idénticamente repudiable--, se sienta en el banquillo acusado por la fiscalía de acciones penalmente ilícitas basadas en una presunta culpa in vigilando; es decir, por haber faltado a sus deberes de cuidado. En consecuencia, cada vez mayor número de serenos comentaristas, piensan en Rajoy e inmediatamente se acuerdan de un proverbio antiquísimo que ya circulaba en la Roma de los césares: Si las barbas de tu vecino ves pelar, pon las tuyas a remojar.

* Escritor