La base científica de la prohibición de fumar en las terrazas de los bares debe ser contundente -eso esperamos, aunque mirando hacia atrás en la breve historia del coronavirus la catarata de contradicciones nos indica que estamos lejos de saberlo todo sobre el bicho- , pero la aplicación de la norma no parece tan clara. En algunos establecimientos cordobeses han puesto unas pegatinas en las mesas que rozan lo surrealista, pues te señalan una distancia de dos metros obligatoria entre comensales y concluyen que de fumar, nada. La gente se pregunta por qué, si su mesa está a tres metros de la siguiente y sus compañeros de velador son fumadores, se tiene que levantar e irse castigada a una esquina para encender un pitillo. En la duda, la mayor parte de los castigados hosteleros optan por el veto absoluto, y las pegatinas les ayudan a ejercer esa labor policial que les ha caído encima junto con esta ruina de la pandemia.

Mientras las autoridades sanitarias deciden si los fumadores deben ponerse o no un sambenito para ser identificados certeramente por los buenos vecinos no fumadores, la legión de enganchados al mortífero vicio legal no sabe muy bien qué hacer. Se ponen en un rincón ellos solitos y, sintiéndose auténticos antisistema, echan unas caladitas moviéndose de un lado para otro en función de cualquier transeúnte al paso. Y hasta puede que se les acerque un policía cuya presencia rompe la distancia de dos metros y convierte en ilegal al hasta ese momento cumplidor de la norma. Les voy a dar una pista: en Kenia te multan si fumas por la calle. Ya mismo estará esto aquí.

Así que esta nueva normativa que transforma en gendarmes a los camareros tiene toda la pinta de ser un paso hacia lo definitivo, con virus o sin virus (alguna vez se irá esta enorme desgracia). Puede que parezca frívolo hablar de esto con lo que tenemos encima, y hasta cierto punto lo es, si bien es de justicia reconocer que la proliferación de las terrazas nace de la prohibición de fumar dentro de los locales, y si los fumadores son también expulsados de estos espacios las consecuencias económicas llegarán tarde o temprano.

Fumar es una actividad peligrosa, que, como me dijo un día con ironía y cariño ese fabuloso médico internista que es Fernando López Segura, ya no se lleva. Qué razón tiene y qué dolor seguir enganchada a la muerte. Pero pienso muchas veces que no me veo en un callejón oscuro comprando tabaco de contrabado, y me pregunto cuándo se prohibirá su venta para que algunos dejemos de fumar, ya que eleva de tal forma el gasto sanitario. Consulto con Google y resulta que son unos diez mil millones de euros los que se embolsa el fisco en impuestos por tabaco. Ah, pues nada