Recuerdo con mucho pesar el encuentro que tuve con un amigo, que tras saludarnos y preguntarnos por la salud, quedamos en llamarnos para charlar despacio sobre nuestras vidas y sobre nuestras expectativas. Esa llamada para encontrarnos no pudo ser porque a los dos días este amigo murió por causa de un suicidio. Ello me llevó a pensar en qué hubiera sucedido si le hubiera llamado antes del suicidio, si estando a su lado y animándole hubiera evitado ese acto tan misterioso de buscar la muerte sin explicación. Jamás imaginé que este amigo viviera una situación tal que le llevara al suicidio.

Cuando me pongo a pensar en investigar el suicidio encuentro que es la primera causa de muerte no natural en España, también entre adolescentes y jóvenes; sin embargo apenas se habla públicamente de este tema. Los expertos coinciden en que es necesario romper este tabú para poder hacerle frente. Demandan estrategias y campañas de prevención, lo que incluye poner coto a la exaltación del suicidio en muchos mensajes que fluyen por las redes sociales. Cada día 10 personas se quitan la vida en España, por delante de los accidentes de tráfico. Un total de 3.910 personas (2.938 hombres y 972 mujeres) falleció por este motivo durante 2014. Es un 20% más que lo que se registró en 2007, antes de la crisis económica. Un 38% corresponde a los que tienen alrededor de 50 años. Ante esta realidad, se provoca en nosotros la incógnita del por qué y al mismo tiempo despiertan dos actitudes: la compasión y la esperanza como ayuda.

La compasión implica asumir la pasión del otro. Es trasladarse al lugar del otro para estar a su lado, para sufrir con él, para llorar con él, para sentir con él el corazón destrozado. Tal vez no tengamos nada que darle y las palabras se nos mueran en la garganta, pero lo importante es que no sufra solo. Su padecimiento es nuestro padecimiento, su desespero es nuestro desespero, los gritos desgarradores que lanzan al cielo preguntando: por qué, Dios mío, son nuestros gritos desgarradores. Y compartimos el mismo dolor de no recibir ninguna explicación razonable. Durkheim, sociólogo y filósofo francés, ya decía que en las épocas históricas en las que habita el desconcierto y la crisis, aumenta el suicidio. En España estamos ahora mismo en una situación muy parecida a la que describe Durkheim: no es solo el factor económico, sino también la ruptura de creencias y convicciones básicas. Se ha roto, por ejemplo, la certeza de que, si teníamos una carrera universitaria, íbamos a vivir muy bien. Por esto urge romper con el individualismo y salir al encuentro de las personas que sufren la situación de ver rotos sus proyectos, frustrados, deprimidos, cansados de vivir, y alentarlos, ofrecerle sobre todo, como terapia, la esperanza de que, a pesar de la desgracia, sigue valiendo la pena vivir.

* Estudios de L. en Ciencias Religiosas