Acabo de conseguir dos entradas de platea para ver el Tenorio en el Gran Teatro. Lo he visto y leído una cantidad de veces ya incalculable, pero es que el español suena tan bien o mejor en muy pocos sitios. Me imagino a oscuras en el teatro, parte del triángulo actor-autor-público, el murmullo muriendo con la aparición de la primera escena. Es teclear esto y ya estoy sonriendo. Lo trae la Compañía de Teatro Clásico de Córdoba, que conoce cada hueso de la obra y normalmente la hacía, en los años saludables, en la Diputación, con el público itinerando de sala en sala. Hay que saber mucho de decir el verso para que Don Juan no te coma, y Álvaro Barrios, que lo protagoniza, hace que el personaje sea glorioso y una bacanal de carisma en vez de una gárgola trasnochada. Un año empezó a llover en el patio de la Diputación justo en la escena del cementerio y el tiempo se podría haber detenido allí un par de eones, como un agujero negro de estética.

Los actores suelen plagar el Tenorio de morcillas, a fuerza de viciarlo en las representaciones y confiar la memoria al recuerdo del recuerdo y no al texto. También por nervios. Una que me encanta es la de la escena VI, Acto I, Parte II, en la que Don Juan da las gracias al Capitán Centellas, y al hacerlo rima con estrellas. En plena obra, el actor dijo (mal): «A la luz de las estrollas/os hemos reconocido/y un abrazo hemos venido/ a daros». A lo que velozmente, la rima ante todo, contestó el actor de Don Juan: «Gracias, Centollas».

Pero la más genialoide es la que introdujo voluntariamente una actriz que interpretaba a la Abadesa. Decenas de noches de obra. Ella pregunta «¿Dónde vais, Comendador?» Y Don Gonzalo contesta: «¡Imbécil! Tras de mi honor,/que os roban a vos de aquí». En un ensayo, la actriz comenta a su compañero que eso de imbécil ni quita ni pone, y que ya empieza a sentarle mal, y que se lo salte. El actor, que el texto es sagrado y que si está escrito imbécil él dirá imbécil, porque Zorrilla escribió imbécil y el público tiene que oír imbécil so pena de alterar los insondables mecanismos de la escena y cargarse no ya su intercambio sino tal vez la obra, el teatro español y quién sabe si no la misma historia de la literatura entera. En la siguiente representación, la Abadesa pronunció alta, lenta y poderosamente: «¿Dónde vais, Comendador imbécil?»

Hay que tener una vía abierta en la vena de la gloria para escribir algo como el Tenorio. Zorrilla, al que tuvieron que nombrar de la RAE dos veces porque la primera, con 31 años, pasó de presentarse a aceptar, escribió su discurso de ingreso en verso y lo dedicó a sí mismo. Verdadero ajuste de cuentas, de capa y espada, el discurso. Dice por ejemplo: «Los versos de esta década han sufrido tal envilecimiento y decadencia, que al caer de la cumbre del parnaso se han ido a encanallar a la taberna, y han procreado en el café flamenco una vil poesía callejera; todo está en verso ya: desde el anuncio del sermón, al cartel del sacamuelas».

* Abogado