Ha dicho Pedro Sánchez que no está dispuesto a renunciar a sus convicciones para ser presidente del Gobierno. Lo ha hecho respondiendo a Pablo Iglesias, abismado en su tragedia propia, como si su plan de fagocitar a IU dentro de Podemos, con la complicidad suicida de Garzón, se tragase a sí mismo. Viendo a Pablo Iglesias, uno tiene la impresión de que juega una partida de ajedrez contra sus propias fichas, y al final ganará. El problema lo tienen los peones, los caballos, los alfiles y las torres que no están o no han estado dispuestos a perder la partida para conseguir la inmolación de Iglesias, y por eso se han ido o los echaron. En su mejor intervención en el Congreso hasta la fecha, Pedro Sánchez afirma que no va a renunciar a sus principios y nos parecería bien si supiéramos cuáles son esos principios. Por ahora, el único principio que ha demostrado tener Pedro Sánchez es Pedro Sánchez. Cuidado con él, porque este pívot lacio es el Michael Jordan de la tenacidad. De sus convicciones se conoce poco, pero de su tenacidad todo: cuando Susana Díaz lo defenestró, apoyada por el aparato correoso frente al delirio independentista, el tío en vez de arrugarse agarró el coche y se recorrió España para convencer a propios y extraños de que la revolución estaba en marcha y la vieja política había muerto, porque había que introducir la horizontalidad del nuevo tiempo. Y lo consiguió. Luego, con todo el poder dentro del PSOE, introdujo la verticalidad más feroz y empezó a tachar rostros de la foto. Iglesias es un hombre de talento retórico y ambición maquiavélica con aire shakesperiano, pero es luz que agoniza. Se ha topado de frente con un tipo capaz de reinventarse cada día, cambiar de convicciones y adaptarlas a su necesidad mientras mantiene el tono aparentemente lacio, aunque es un junco que jamás se rompe y al final es de hierro. Que no puede haber un Gobierno dentro del Gobierno es la mejor frase o convicción inmediata que se le recuerda.

* Escritor