Pienso en todas las voces de las manos pequeñas que en septiembre volverán al colegio. El teletrabajo ha sido, para los docentes, un agotamiento con horario de noche. Hay que volver. Pero ¿cómo? ¿El virus se aletarga? No se sabe. Todo hace pensar que sigue ahí, porque la única certeza que tenemos es que sólo ha funcionado, en su frenada, el encierro que ahora estamos levantando. Pero hay que vivir, y si los padres vuelven al trabajo los niños volverán a sus colegios. Es una especie de esfuerzo colectivo que requiere también su suerte colectiva, porque el regreso a las aulas puede suponer la multiplicación del contagio. Algo parecido a lo que ha dicho la juez Carmen Rodríguez-Medel al estimar que «ninguna persona física o jurídica, pública o privada, instó del delegado del Gobierno en Madrid que prohibiera o restringiera de alguna forma la celebración de concentraciones o manifestaciones por razón del Covid-19”. Sobreseimiento temporal del caso. Pero también afirma la juez Rodríguez-Medel que “la celebración de las concentraciones y manifestaciones masivas indiciariamente aumentaron el riesgo de contagio del Covid-19, es decir, supusieron indiciariamente un riesgo para la salud pública». Algo que sucedió el 8 de marzo y después, porque «el delegado del Gobierno José Manuel Franco continuó dictando resoluciones de toma de conocimiento de concentraciones o manifestaciones sin exigir que se adoptara medida de precaución alguna. Así lo hizo al menos en 16 ocasiones en los días 10 y el 11 de marzo 2020». O sea: que perseveró. Y si el 5 de marzo el ministro Illa y Fernando Simón dijeron a dos representantes de las iglesias evangélicas que su congreso no se podía celebrar por la pandemia mundial, entonces, como mínimo, ha fallado la comunicación entre el Gobierno y su delegado José Manuel Franco. Sobreseimiento, pero temporal. ¿Hacía falta ser un genio de la anticipación? Ese mismo día, en la cercana Lombardía, se cerraban hasta los gimnasios.

*Escritor