Si bien hasta este momento quienes visitan las ruinas tienen muy difícil entender la topografía antigua del sitio, el templo de la calle Claudio Marcelo es sólo la parte visible de un complejo arqueológico colosal, levantado por Colonia Patricia en la primera mitad del siglo I d.C. como imagen urbana de plena y activa romanidad en su condición de caput Baeticae, es decir, capital de la provincia más rica e importante de Occidente. Concebido como sede del Foro Provincial y símbolo de la Pax Augusta, necesitó para su construcción que se desmontaran casi cien metros lineales de la antigua muralla oriental, y conformó con el circo y la vía Augusta una escenografía verdaderamente majestuosa al servicio de la idea imperial, inspirada en el modelo que conformaban en Roma el Palatino y el Circo Máximo. La anastilosis que hoy vemos fue realizada con la mejor voluntad a mediados del siglo XX por F. Hernández y A. García Bellido. De hecho, sigue siendo la única y recurrente postal de que disponemos para ilustrar la Córdoba romana, utilizada con frecuencia por políticos y representantes institucionales para ennoblecer sus fotos con el marchamo y la dignidad que aportan siempre la historia. Sin embargo, su estado de conservación no es bueno. De ahí la oportunidad inicial del proyecto de puesta en valor, que tras años de investigación intensiva quiere consolidar las ruinas ofreciendo de ellas una propuesta renovada; crear un centro de interpretación sobre la Córdoba romana que sirva como punto de recepción y de arranque para entenderla. Se trata, pues, de una iniciativa de gran trascendencia para la ciudad, que, con excepción de Medina Azahara, y por más sorprendente que pueda resultar, no dispone hasta la fecha de espacio arqueológico alguno habilitado para la visita. Sus autores, la arquitecta C. Chacón y el arqueólogo J. F. Murillo, son dos personas de experiencia contrastada, que conocen profundamente el yacimiento. Esta es para mí garantía suficiente de calidad, de que se respetarán con mimo los restos originales y se actuará sólo sobre lo reconstruido, poniéndolo al servicio de aquéllos. Llevo años clamando por que Córdoba se dote de una red de centros de interpretación sobre las etapas más importantes de su historia que permitan actualizar y enriquecer su discurso patrimonial, descentralizar el turismo (focalizado en el entorno de la Mezquita-Catedral), y recorrer la urbe con base en rutas temáticas o cronológicas, como las que llevamos años proponiendo desde Arqueología somos todos con ayuda de materiales didácticos innovadores y de las nuevas tecnologías. Este podría ser el inicio.

El proyecto es, por tanto, sin paliativos, motivo de enhorabuena. De entrada tal vez resulte controvertido, como todo en Córdoba (la ciudad de la eterna y estéril polémica, que languidece, ensimismada, mientras las oportunidades pasan de largo), pero puede marcar un antes y un después en la forma de entender el patrimonio. Si se hacen las cosas como es debido, la ciudadanía tendrá por fin una prueba palpable de que la arqueología, correctamente gestionada, es, además de problema, recurso de futuro, motivo de orgullo, seña de identidad y yacimiento de empleo. Únicamente un matiz, que es más bien simple opinión personal: no acabo de ver la necesidad de visitar el conjunto por dentro. Sólo conozco las infografías que ha publicado la prensa, por lo que juzgo a partir de ellas, pero diría que el sistema de pasarelas y escalinatas interiores resulta un poco agresivo, y quizá contraproducente; por lo menos a efectos turísticos. Una buena musealización externa, con la ayuda del centro de interpretación y de la zona no ocupada por ruinas, sería más que suficiente. La clave estaría en conectarlas sin necesidad de afectar a los restos. Conviene, por otro lado, mucha cautela con los añadidos. Mi postura personal ante la restauración arqueológica no es nada historicista. Me convence mucho más el principio de mínima intervención que proclaman las Cartas internacionales sobre el tema. Por último, es importante recordar que el templo romano representa sólo una mínima parte del gran yacimiento cordobés, objeto estos últimos años de destrucciones y arrasamientos sin cuento, que se encuentra en estado de puro y flagrante abandono. De ahí la necesidad perentoria de un plan integral de actuación que permita recuperarlo para el turismo, pero también, y sobre todo, para la ciudadanía. El patrimonio es una cuestión de valores; de ahí que debamos empezar por la educación. Mientras Córdoba no lo haga suyo, seguirá a la deriva. Y en esto, como en tantas otras cosas, el papel de la Universidad como generadora y transmisora del conocimiento ha de ser determinante. Pero para caminar unidos se requiere voluntad, generosidad, consenso y solvencia. Cuando éstas existen, el resto viene solo. Modelos no faltan.

* Catedrático de Arqueología de la UCO