A veces no comprendemos que el sentimiento gana a la razón; que ese amor que sentimos por cosas que han formado siempre parte de nuestra vida, hace que en determinados momentos suframos lo indecible a la hora de pasar página. Como muchos de ustedes sabréis, llevo dedicando una serie de artículos al cambio de propietario de la Casa de los Colomera --que será un magnifico hotel- y lo que esto supone, tanto para la familia como para los comerciantes... Bueno, seamos sinceros, hablan de lo que este cambio significa para mí.

Dicen que el hombre es un animal de costumbres. Nos acostumbramos a saludar a las mismas personas cada mañana; acabamos pidiendo el mismo desayuno en la misma cafetería, donde el mismo camarero nos preguntará «¿lo de siempre?». Creamos un «horizonte vital» de las cosas que nos rodean, durante años, y que nunca deberían cambiar. Puede que la evolución sea la mayor enemiga del romanticismo. O, simplemente, puede que quedemos pocos locos románticos en un mundo evolucionado.

No tuve el placer de tratar a Don Manuel Pérez, el fundador de Pañerias Modernas, aunque su nombre lleve escrito en los cristales de su tienda desde que tengo uso de razón. Me siento dichoso --y viejo-- cuando cuento que recuerdo observar desde las paradas de autobus que había en la plaza a la gente detenerse ante el escaparate perfectamente colocado de Pañerias Modernas, mientras otras salían de los baños públicos que estaban en el subsuelo.

Pues sí, los recuerdos son clichés romanticos de buenos momentos. Siendo una de las tiendas más reconocidas de la plaza durante muchísimos años, yo valoro a esa estupenda familia que, generación a generación, han creado la leyenda. En un mundo donde el «todo a 10 euros» y la franquicia se abre paso, Pañerias ha resistido con los mismos ingredientes de una cuidada receta: profesionalidad, un cuidado inusual de su escaparate y un trato al cliente, exquisito. Recuerdo esos desayunos con Manolo, uno de los nietos de D. Manuel, en La Malagueña: un señor de sonrisa pícara pero de una nobleza entrañable. Obstentaba con orgullo ser uno de los dueños de la tienda y, recuerdo con pena su fallecimiento porque no es fácil encontrar a una persona que fuera capaz de sonreir ante las dificultades. Yo escuchaba embobado, una tras otra, sus anécdotas entre sorbos de coñac.

Estos últimos años quedó, «sólo ante el peligro», Carlos. El último de esa estirpe que venderá prendas de buenísima calidad en la plaza. Quizás sea el contrapunto de su hermano; parco en palabras pero incansable en su cometido. Un apasionado de las motos y la caza que se afana en comprar en mi kiosco publicaciones de esos temas y siempre va con esa prisa del que tiene tantas cosas que hacer que no sabe por donde empezar... Pero todo lo hace.

Ahora, con la venta del edificio, Pañerias Modernas cerrará sus puertas. La etiqueta está de luto, porque no importan las marcas que vendan sino la forma de venderlas. Algunos reían al seguir viendo en el escaparate la palabra «modernas». Ojalá algunos de esos negocios prefabricados consiga llevarla tantísimo tiempo. Ninguna de ellas llevará el apellido Pérez. Eso es cuestión de estilo.

* Escritor