Casi seguro que bastantes ancianos de los barrios de Córdoba que viven en pisos sin ascensor --una crueldad de la oficialidad-- y no pueden bajar nunca a la calle han estado pendientes de las noticias de Cataluña con las que casi nos ha saturado la tele. Bueno, si no coincidía con algún programa de nietos, hijos, nueras o yernos. El caso es que esta España, que se ha clasificado para el Mundial de Rusia con el buen juego, entre otros futbolistas, de catalanes como Piqué, Sergi Busquets, Jordi Alba e Iniesta, que es de Albacete, y en la que muchos de sus balcones luce la bandera española, está algo alterada por el independentismo. Lo mismo que las redacciones de los periódicos y algunas revistas, como la satírica francesa Charlie Hebdo, que se burla del procés de Puigdemont y tilda a los catalanes de «más idiotas que los corsos», y eso que Oriol Junqueras, cuyo afán independentista le viene de su abuelo, escribió que los catalanes «tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles, más con los italianos que con los portugueses y un poco con los suizos», mientras que los españoles presentan más proximidad «con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses». El nacionalismo independentista retrotrae el pensamiento a momentos de cuando la humanidad dejó de ser nómada y fijó su reino en el para siempre del sedentarismo. Era lógico ser de tu pueblo, fijarlo en un espacio con alimentos, crearle un lenguaje, una frontera e investigar la belleza de sus paisajes. Pero el mundo se empezó a mover como cuando era nómada y llegó un momento en que ni había fronteras, ni pasaportes y todo se compraba con igual moneda. Eso sí, no se había inventado un lenguaje común, aunque el castellano-español era el segundo o el tercero en parlantes, después del inglés y el chino. Para algunos daba igual. Juan María Atutxa, exconsejero de Interior del Gobierno vasco y expresidente de su parlamento, me dijo un día que su finalidad política, que siempre ha transcurrido en Euskadi, era la independencia del País Vasco de España. Y algunos catalanes seguirán diciendo que siempre querrán lo mismo porque desde hace siglos sufren una «opresión colonial insostenible dentro de un Estado artificial, pérfido y carpetovetónico, España, del que debemos escapar» porque en eso han sido educados en las escuelas e informados a través de algunos medios de comunicación. Mientras, en los pisos de los viejos sin ascensor algunos ancianos no entenderán por qué muchos catalanes, a cuya región se fueron sus hijos a buscar trabajo porque Cataluña era próspera y mundial, se han vuelto, como dice Javier Marías, «individuos pueblerinos, autoritarios y racistas, caciques de la independencia». Seguirán creyendo que somos Franco y que los andaluces nos comemos, en una eterna siesta, lo que ellos producen.