Una de las cosas buenas del verano es que te permite hacer una coctelera de lecturas, jugar con una montaña rusa de estilos que lo mismo de da resultas una Caipiriña o un Cosmopolitan; incluso un mal brebaje, pero eso corre de cuenta de la intuición del buen bebedor de libros. Los dos últimos que hemos ojeado y hojeado -la liturgia amanuense de pasar las páginas como un novicio de Cluny es todavía algo más que un lujo asiático-- han sido ‘En defensa de España’, de Stanley G. Payne y ‘Los Treinta apellidos’, de Benjamín Prado. De este último, casi un sosias sin micrófono de Joaquín Sabina, rescato una de sus tantas sarcásticas y acertadas citas, atribuible a Balzac: «en la venganza, el más débil es siempre el más feroz». La cuestión es dilucidar cuánto hay de venganza en la confrontación social, pero el conflicto de los taxistas se me antoja que ha cogido el rebufo de esta cita. ¿Son estos autónomos los más débiles o los más feroces? La irritación surge por el zarandeo de los tiempos, por un mundo que se desengancha de viejos oficios como un cohete de sus propulsores, un sector en el que las multinacionales han observado la carnaza del negocio por un simple regla de tres. Si el trayecto desde el centro de una ciudad hasta su aeropuerto es más caro que un billete en una línea de bajo coste, ¿dónde tengo que firmar para emular la hipnótica melodía del flautista?

Como siempre, y las cursivas permiten acentuar el sarcasmo, también aquí sale a escena mi ídolo, la señora Colau que ha inventado la cuarta dimensión en eso del muerto en el entierro: regulariza allí donde nadie la llama por falta de competencias. Y, como el sargento Maraña, una vez que embarca a la tropa en el follón, va y se desentiende, subrayando que, por supuesto, eso del otorgamiento de las licencias es una atribución estatal. Con ídolos como estos, para qué quieres hacer vudú. Los taxistas puede que estén perdiendo la batalla de la imagen, asidos a que en este país todavía quedan estratificaciones del 2 de Mayo. Las corporaciones internacionales que, como un monopoly virtual, compran inmuebles en las Tendillas, también apuestan por este negocio de alquiler de coches con chofer incorporado, un eufemismo que exaspera las viejas usanzas del taxímetro. No es cuestión de APP, de botellitas de agua de regalo o de camisas negras, el único legado de Mussolini a la elegancia de la posmodernidad. Pero, coño, esas cosas también ayudan a darle un empujoncito a un sector que también tiene que pasar su Sagunto, como lo hicieron los astilleros. Frente a la flema de las multinacionales, la inteligencia de la negociación que decididamente, pasar por ejercitar unos derechos pero cuadrándolos con no joder en demasía al respetable, y más cuando topa con el sacrosanto y efímero disfrute vacacional.

De Payne rasco las reminiscencias guerracivilistas. Afortunadamente, media un abismo con el caldo biótico del 36. Pero veo afinidades con la miopía de la clase política. No sin polémica, este reputado hispanista sostiene que si en diciembre del 35, Alcalá Zamora no hubiese trastocado el juego de mayoría, la legislaturas hubiese llegado hasta el 37, cerrándose el paso al 18 de julio, con tiempo para plantear una hipotética reforma constitucional. Ucronías que nos trasladan al presente, al presentismo más bien, con un juego de intereses que peligrosamente pueden arrastrarnos al abismo. Llega una ola de calor, y el calor nos acerca a la ferocidad y a la furia. Tomémonos un sorbete de templanza. Como decía aquella canción de Hilario Camacho, taxi, sáqueme de aquí.

* Abogado